VALENCIA.- L'Albufera de Valencia «ha salvado vidas» y ha minimizado los daños de una dana que, «siendo inasumibles, aún podían haber sido peores» si el humedal no hubiera actuado como «esponja» que contribuyó a asumir parte del caudal desatado aquel fatídico 29 de octubre.
Por ello, las voces expertas subrayan el papel de estos parajes para, por un lado, ayudar a mitigar efectos del cambio climático, y, por otro, para actuar como «aliados» ante las inundaciones.
«Sería muy poco inteligente que no aprendiéramos después de comprobar que tenemos una Albufera que nos ha ayudado».
Así lo ha aseverado el catedrático Antonio Camacho, investigador del Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología Evolutiva, donde está al frente del grupo de Limnología.
Camacho es uno de los especialistas que participa desde este martes en una reunión técnica sobre la restauración de l'Albufera organizada por la Universitat de València. El workshop, que se enmarca en el proyecto europeo Interreg Wetland4Change, ha arrancado el Instituto Cavanilles y concluirá el próximo jueves en la Estación Biológica de la Albufera.
Wetland4Change es una iniciativa Euro-MED centrada en la aplicación y validación de soluciones basadas en la naturaleza para la conservación y restauración de humedales con el fin de mejorar la adaptación al cambio climático y su mitigación en toda la región mediterránea.
El proyecto se centra en mejorar el secuestro de carbono y la regulación de las inundaciones mediante conocimientos científicos y mecanismos de gobernanza innovadores, con sitios piloto en Bulgaria, Grecia, Italia, Francia y España.
Al implicar a los gestores de humedales, los responsables políticos y el público en general mediante la formación, el intercambio de experiencias y una estrategia de comunicación dinámica, Wetland4Change pretende mejorar la protección de los ecosistemas vitales y defender su papel crucial en la lucha contra el cambio climático.
Lamentablemente, el encuentro ha coincidido con la trágica riada que ha asolado parte de la provincia de Valencia y que se ha cobrado ya 221 víctimas mortales.
Pese a lo terrible que ha sido la huella de la catástrofe, Camacho ha subrayado el papel que ha desempeñado l'Albufera al actuar como «esponja» --tanto el lago como los arrozales, casi 20.000 hectáreas--, lo que hizo que el nivel del agua, que subió rapidísimamente, también disminuyera con algo más de celeridad. Si eso no hubiera sucedido, por ejemplo, no se habrían podido llevar a cabo algunos rescates y evacuaciones.
El catedrático ha explicado que este es precisamente uno de los factores beneficiosos que introducen los humedales para la mitigación de inundaciones: crean zonas donde se expande el agua, se libera parte de esa energía acumulada y se reducen daños.
Esto no es nuevo, recalca el científico, que recuerda el caso del Katrina y el Missisipi. Ha comentado que la posibilidad de inundación se trasladó sucesivamente por parte de los expertos a los presidentes americanos, desde Jimmy Carter a Reagan, George Bush padre o Clinton, hasta que en 2004 sucedió.
«Cuando uno empieza a inutilizar la capacidad del ecosistema con construcciones, el agua no puede salir y ahí salió aguas arriba provocando la inundación», ha explicado Camacho, que ha manifestado que «el conocimiento científico y su transferencia a la sociedad están».
Otra cosa, ha reconocido, es el peso que eso tenga en el «equilibrio» político.
En este sentido, ha llamado la atención sobre la necesidad de conservar humedales y zonas fluviales porque es «una garantía de seguridad para las personas» y más en un escenario de patrón climático cambiante con episodios más destructivos y que todo apunta que se repetirán cada vez con mayor frecuencia en áreas como el Mediterráneo.
«No es un capricho de ecologistas o profesores, no es una cuestión de que nos gusten los pajaritos, es una cuestión de que, o nos llevamos bien con el planeta, o la naturaleza sigue sus procesos», ha aseverado.
Y aquí ha dejado claro que «las zonas inundables no son zonas seguras» por lo que «no hay que seguir ocupándolas».
Por ello, se ha mostrado partidario de, en el proceso de reconstrucción, no edificar de nuevo ni poner las casas en dichos lugares peligrosos. Para lograrlo, ha resaltado, hay que invertir y ayudar a esas personas que lo han perdido todo.
«Hay que invertir en recuperar sus casas y sus vidas», ha instado el experto, que ha agregado: «Esto ya no es un mapa de riesgos. Nos ha pasado ya, ya sabemos que esas zonas no son seguras».
El especialista opina, en la misma línea, que no es «nada inteligente» recortar la distancia de las construcciones respecto a la costa. «Construir a 200 metros es mejor que 100 y era mejor a 500», ha señalado respecto al acuerdo de PP y Vox que rebaja la normativa de anterior gobierno.
Respecto a los embalses, cree que no hay que construir más porque tienen afección en los ecosistemas --y, además, en puntos como el barranco del Poyo no hay sitio para hacerlo-- y ha abogado por gestionar de una manera profesional las ya existentes, como ha pasado --ha realzado-- con la presa de Forata.
Respecto al estado actual de l'Albufera, el catedrático ha afirmado que «ha pagado un precio», aunque ha apostillado que antes de la trágica dana «no estaba sana», sino «enferma».
La calidad del agua se ha ido desagradando y ha pasado de ser un lago con mucha biodiversidad a una «sopa verde» (o roja, como el color que adquirió el agua el año pasado).
Ahora, hay que vigilar diversos tipos de contaminación. Por un lado, están los contaminantes físicos, que se ven y se pueden retirar. Pero, además, hay que tener en cuenta la contaminación química y la biológica.
Para estudiar estos fenómenos, el grupo del Instituto Cavanilles está realizando ya estudios genómicos con el objetivo de poder describir la posible presencia de patógenos en diferentes lugares de parque y ver cómo evoluciona.
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