lunes, 2 de diciembre de 2013

La caída de gigantes / Ángel Tomás Martín *

Cincuenta años después de la muerte de John Fitzgerald Kennedy, se sigue recordando y admirando al carismático trigésimo quinto presidente de EEUU; y es inevitable recordar su famosa frase, base de su política, “La Nueva Frontera”. La complicada coyuntura política, social y económica de los años sesenta exigían nuevos objetivos, nuevas estructuras..., nuevos y revolucionarios cambios generalizados. Y esta necesidad imperiosa la acometió Kennedy, si bien se vio inacabada por su prematura desaparición.

En la actualidad estamos sufriendo la mayor y más profunda crisis financiera mundial desde “La Gran Depresión de 1929”, que se desencadenó en el último trimestre de 2007; después de seis años seguimos sin encontrar soluciones definitivas que conduzcan a un crecimiento sostenido, capaz de resolver el grave problema del desempleo y el mantenimiento de la estabilidad social. El recuerdo de la famosa frase “La Nueva Frontera” viene a la memoria porque, si hemos de ser sinceros, se están haciendo esfuerzos, proponiendo recortes y soluciones, pero sin conseguir las metas pretendidas, perdiendo demasiado tiempo y acercándonos a unos niveles de pobreza que ni debemos permitir ni podremos soportar. 

¿Debemos plantearnos un nuevo objetivo a alcanzar? ¿Debemos cambiar de mentalidad y de la actual estructura, posiblemente amortizada e inservible? ¿Sirven las actuales políticas económicas mundiales? ¿Tienen claro el diagnóstico y las soluciones los altos responsables de la política y la economía, o están también amortizados intelectualmente? Tal vez ha llegado el momento de un cambio radical de nuevo cuño, y tal vez, cincuenta años después de la célebre frase, deba construirse una nueva: “La Renovación Integral“.

El crecimiento excesivo aunque desigual de la economía mundial se ha resentido por carecer de sólida cimentación y estructura. El resultado final ha sido el endeudamiento masivo a todos los niveles, la paralización del crédito financiero, el deterioro de los balances bancarios, un elevado número de empresas desaparecidas y el incremento de las cifras del paro. La disminución del empleo, de la riqueza y de la renta disponible, ha provocado la recesión del consumo y la paralización de la inversión. Una actividad eminentemente especulativa, que nunca ha de ser la base de la riqueza, obliga a estudiar en profundidad una nueva organización institucional, que evite los altos riesgos de una política torpe, y de una libertad mal entendida.

Llama la atención, y debe ser objeto de profundo análisis, la entrada en crisis económico-financiera de determinadas grandes empresas en casi todos los países de economía desarrollada. Ejemplos los encontramos en EEUU, como el caso de General Motors, en el que el Tesoro se ha visto obligado a destinar una importante ayuda a su deteriorada tesorería con el fin de evitar el grave efecto contagio. También en España se están dando casos singulares de todos conocidos en distintos sectores, como el pesquero, electrodomésticos, alimentación y alguna entidad bancaria. Estas situaciones influyen en la gestión y desarrollo de las medianas y pequeñas empresas, ocasionándoles caída de la producción, disminución de la plantilla, morosidad y la reducción de los beneficios y de su contribución fiscal.

La situación negativa de grandes empresas y su amplia repercusión como consecuencia de un fenómeno especulativo seguido de una política restrictiva, se viene dando en cada una de las grandes crisis históricas sin que la experiencia haya servido para superar la incapacidad, la falta de previsión y la visión de largo alcance de gran parte de los gestores de la política económica. Se ha conseguido la estabilidad, pero en modo alguno el crecimiento desequilibrado ha podido resolver las graves carencias de la economía.

Cuando el desarrollo desproporcionado de la actividad especulativa gestionada con alto riesgo (sea financiera o de la economía real), alcanza niveles insoportables y no ha sido prevista o consentida por falta de criterio o incapacidad, se suele recurrir a una política contractiva que siempre conduce al desastre. Ha de ir acompañada de una nueva estructura que permita potenciar tanto los nuevos sectores como los tradicionales capaces de generar una riqueza que posibilite el crecimiento del PIB, la creación de puestos de trabajo y el aumento de la recaudación tributaria. Los Presupuestos Generales deberán incluir la amortización equilibrada del endeudamiento público.

Esperar a que se produzca una perturbación grave de los mercados, propiciada por un sistema económico que ha demostrado ser incontrolable y altamente dañino, no es de recibo. Hubiera exigido una “Renovación Integral” anticipada, sin olvidar que su estudio e implantación solo hubieran sido posibles por etapas y visión de largo plazo.

Renovar una estructura económica de forma casi integral no es viable para España si se siguen planteando los nacionalismos incomprensibles desde el punto de vista económico. No es igual la ordenación federada de varias economías que la de una economía única. No existen ni han existido en nuestro país distintas ordenaciones político-económicas que acuerden su federación por intereses recíprocos. Siempre ha sido una unidad nacional y nuestra solución futura debe basarse en ella. Tendría su justificación si como ocurrió en EEUU, tras la guerra de secesión, se abandonase una parte de la soberanía de cada estado en provecho de un poder común. 

Crear estados independientes con una autonomía económica total, plantearía a nuestro juicio la insolubilidad de nuestro actual problema y el de las pretendidas nacionalidades. Para ello, habría que resolver primero el problema político, y pasar luego a las soluciones económicas. Es seguro que ninguna Autonomía, ni el propio Estado, soportarían el paso del tiempo sin una crisis profunda y creciente pobreza.

(*) Economista y empresario