Una segunda gran crisis financiera parece acercarse rápidamente mientras un crack mundial de dimensiones desconocidas puede ser su efecto más devastador por la incertidumbre que extenderá durante bastante tiempo la concentración de la riqueza en muchas menos manos.
Los signos que se aventan a diario en el mundo económico no pintan nada bien después de una larga etapa de derroche y latrocinio por doquier, y no sólamente en Wall Street, aunque el diseño del gran fraude del papel sin respaldo convenido fuese más de factura neoyorkina que suiza.
Los grandes pensadores mundiales progresistas no terminan de ponerse de acuerdo sobre cómo va a ser de duradera la eclosión inducida de nuestro actual sistema económico y social pero sí coinciden al decir que la prospectiva dominante ya no parece ser cosa de agoreros catastrofistas: el problema está ahí y la Humanidad debe estar preparada para la catarsis que exige un profundo cambio de modelo económico capaz de soportar organizadamente sobre la Tierra a unos 8.000 millones de personas, la enorme mayoría condenada de nuevo al infortunio.
Las tensiones monetarias crecientes, la burbuja del oro, la desnaturalización imparable en lo social de la Unión Europea, la definitiva pérdida de hegemonía mundial de unos EE UU con un déficit galopante, una todavía poco sólida China, los fenómenos tipo Berlusconi que pueden proliferar a la sombre de la xenofobia, la falta de reacción social ante la corrupción de la democracia (tan bien analizada antes de morir recientemente por mi amigo y maestro Vidal-Beneyto), las exigencias de nuevas potencias económicas emergentes como India o Brasil, la pugna por acceder a los recursos naturales que los tiempos demandan (incluida la energía fósil), el ya inaplazable control medioambiental y la práctica liquidación de los restos del mundo de los siglos XIX y XX, nos indican que hemos entrado de lleno en el incierto siglo XXI y que sus bases estructurales no pueden ser las mismas al haber quedado obsoletas por el devenir de los acontecimientos.
Si el siglo XX ha sido uno de los más crueles con la Humanidad, lo que se puede esperar del XXI, de seguir las cosas tal como se presumen es, para comenzar, sangre, sudor y lágrimas por el desempleo masivo y la pobreza vergonzante que puede llegar a generar en su primer tercio, exactamente igual que en el XX, y, en consecuencia, los conflictos de todo tipo que pueden aparecer, por hacer falta, para establecer un nuevo orden mundial en función de una correlación de fuerzas muy distinta a la conocida hoy y que va a tener mucho que ver con el conservacionismo sobre los recursos naturales.
En algún despacho del planeta parece haberse diseñado-planificado (todavía a nivel de un primer borrador) la nueva situación, desde el punto de vista económico y tecnológico, donde Europa parece haber quedado orillada en beneficio de consolidados nuevos cluster avanzados de Asia y Norteamérica. Si eso fuese así, ya tendríamos un primer conflicto a escala planetaria para abrir la era de no sabemos bien qué aunque es de esperar una reacción de los excluidos por pura supervivencia, lo que tampoco les garantiza nada.
La reciente entrevista en 'El País' con Felipe González, ex jefe socialdemócrata del Gobierno de España, encierra un magnífico compendio de los males que nos van a afligir tras medio siglo largo de una prosperidad que parecía eterna en el mundo más desarrollado de Europa, América y Asia. Las predicciones a largo sobre el Capitalismo del, tan admirado como odiado, Carlos Marx, no parecen ahora que fuesen tan desencaminadas gracias a su reconocido método de análisis. Los jóvenes de hoy se van a enfrentar a un tiempo sin las recompensas del maltrecho Estado del Bienestar construido a lo largo de la postguerra por sus abuelos y padres.
Si los grandes bloques económicos vigentes no son capaces de tomar las decisiones más adecuadas, valientes y acertadas en el seno de esa nueva especie de gobierno mundial que pudiera ser el G-20, predestinaciones del club Bilderberg aparte, y EE UU no asume una nueva hegemonía mucho más limitada por la realidad del devenir del proceso histórico, mucho me temo que la catarsis pueda venir, por contra, de la mano de un choque de civilizaciones donde China puede resultar la gran vencedora que ahora se aventa, incluso sin necesidad de ese choque.
Porque si finalmente el choque resulta inevitable, lo que sobreviva conocerá el nacimiento de una nueva religión dominante, informada en sus principios por el carácter de los que resulten vencedores.
Así que las películas que hoy llamanos de ciencia-ficción pudieran no serlo en pocos años, tanto si la Humanidad se enfrenta a un conflicto de fuerza sobre cuyos rescoldos se levante un mundo inimaginable hasta para Aldous Huxley, como si la evolución no bélica sienta las bases de una nueva era, de moral y ética irrenunciables, donde la aportación de valor cobre la importancia que se le supone para cimentar las bases de una sociedad con necesidades interplanetarias incipientes por aquello de los nuevos recursos que aquí habremos agotado.
(*) Periodista y profesor. Editor y director de 'Economía Avanzada'