Esta historia la hemos vivido y nos la han contado muchas veces y para su versión actual bastan los breves libros de Marie Paule Virard y Patrick Artus Le capitalisme est en train de s'autodétruire (2007) y La finance mène-t-elle le monde?, parvos en la información anecdótica que tanto nos prodigan los medios de comunicación, pero insistentes en lo esencial, la falta de liquidez y la falta de solvencia del sistema financiero.
Comparando este diagnóstico con lo que sucedió hace 69 años en el crack del 29, vemos que las causas y los mecanismos son los mismos y que la pulsión hacia la especulación bolsística, como fuente inagotable de riqueza, es irresistible. Pulsión encarnada de forma paradigmática por los call loans o préstamos al día -Bernard Gazier: La crise de 1929- en los que el comprador sólo paga una parte muy reducida del valor de las acciones adquiridas, en torno del 10%, y el resto lo proporciona un corredor, gracias al crédito bancario.
Esta práctica abrió la bolsa a las clases populares y provocó un aflujo extraordinario de compradores modestos que generaron una demanda efervescente que evidentemente no podía durar. Pero con todo, no fueron ellos, sino la política de altos rendimientos impuesta por los directivos, la que sumada a la desregulación general instaló una estrategia de continuos y muy elevados rendimientos que produjo el colapso de 1929 y es la responsable de la debacle actual.
En efecto, la practica privilegiada en la última década del ROE (return on equity, o rendimiento de los fondos propios) fijada en cifras superiores al 15%, se ha traducido en un aumento de los dividendos entre 2000 y 2007 del 255% y, por consiguiente, en una mejora de más del doble de los beneficios. Ahora bien, este extremado optimismo voluntarista y los riesgos que suponía estaba también motivado por el aliciente de las retribuciones a los directivos, sin olvidar el volumen del bonus a percibir en caso de finalización del contrato.
Y así, en 2007 las 15 empresas que registraron mayores pérdidas por sus estropicios financieros abonaron a sus ejecutivos 317 millones de dólares, es decir, el 30% más que el año anterior. Los nombres los conocemos todos. Claro que para conseguir tan exorbitados rendimientos se ha tenido que proceder a una serie de artimañas, con el fin de reducir su capital mediante la autocompra de sus acciones y aumentar su endeudamiento, lo que se tradujo en una disminución de su inversión, de casi el 25% y en una progresión de su deuda del 55%.
Descapitalización, endeudamiento, liquidez e insolvencia han producido un desbarajuste en el mundo de las finanzas que, además de haber destruido la seguridad del tráfico bancario, ha echado a la calle a más de 120.000 empleados, comenzando por Lehman Brothers, que ha suprimido casi 19.000 puestos de trabajo, City Group algo más de 14.000, y hasta el Bank of America, con 11.150.
La solución de Paulson, consistente en la compra de créditos tóxicos, aparte de la inmoralidad que supone premiar al tramposo, no puede funcionar por su carácter parcial y por la falta de medidas de regulación efectiva en el futuro.
Cuando el Gobierno sueco quiso hacer frente a la crisis que atenazaba su país a principios de los años noventa, asumió la casi totalidad de su sistema financiero, manteniendo un estricto control público hasta que las aguas volvieron a su cauce. Esta intervención reguladora supuso, inicialmente, para las finanzas suecas una carga de algo más del 4% de su PIB, pero el costo final para los contribuyentes fue mucho menor porque las autoridades consiguieron liquidar los activos intervenidos en buenas condiciones.
Pero, sobre todo, el carácter total de la regulación pública sueca hizo imposible la aparición de mecanismos sustitutivos de los que habían causado el desastre e introdujo otros modos y prácticas incompatibles con un sistema económico favorable a los chanchullos y trampas. Pues como Stiglitz lo ha dicho con frase lapidaria: "Los mecanismos inventados por los financieros para gestionar el riesgo no lo controlan sino que lo producen".
Y como a rey muerto, rey puesto, los especuladores a quienes las subprimes y las agresivas maniobras con las materias primas habían puesto en entredicho se han retirado a sus cuarteles de invierno y están preparando su nueva ofensiva en la que los Credit Default Swaps (CDS, en castellano, seguros de impago), que superan ya los 62.000 millardos de dólares, serán una de sus armas principales.
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