MADRID.- Una importante calle de Madrid está rotulada como Jorge Juan. Se trata de Jorge Juan y Santacilia, nacido en Novelda (Alicante) en 1713. Tras ese nombre se encuentra uno de los personajes más brillantes de nuestro siglo XVIII, al que -siguiendo una costumbre muy hispana- no se le ha hecho la justicia que merece, a juicio de Abc.
"Esa fue una de las razones por
las que lo escogí como protagonista de mi novela «El espía del Rey»
(Ediciones B). Esa y porque en una de sus misiones, quizá la más
peligrosa, se la jugó a los ingleses, quienes en tantas ocasiones se la
han jugado a España. He de confesar que sentí cierto regusto", dice José Calvo Poyato autor de esa obra.
Jorge Juan
fue un gran marino, un brillante investigador y un excepcional
científico. Uno de los más importantes de su tiempo. Perteneció a una
generación de marinos ilustrados, con una excelente formación científica
obtenida en la Academia de Guardiamarinas, donde se formaban los oficiales de la Armada Real
y que había sido fundada en Cádiz, en 1717, por don José Patiño. Por
sus aulas pasaron destacados marinos de aquella centuria como Antonio de
Ulloa, Dionisio Alcalá-Galiano o José de Mazarredo.
Tras participar en algunas operaciones navales en aguas del Mediterráneo, formó parte, junto con Antonio de Ulloa,
de la expedición hispano-francesa que midió el arco del meridiano
terrestre en el ecuador, permitiéndoles demostrar que la Tierra era
redonda, pero no una esfera al estar achatada por los polos. Nos dejó
constancia de esos trabajos en un libro titulado «Observaciones
Astronómicas y Físicas hechas por orden de Su Majestad en los Reinos del
Perú».
Problemas con la Inquisición
Cuando
trató de publicarlo tuvo problemas con la Inquisición, al sostener como
válida la tesis heliocéntrica -el Sol como centro del universo-,
formulada por Copérnico, frente a los planteamientos sostenidos aún por
la Iglesia de que el centro era ocupado por la Tierra -teoría
geocéntrica-.
Consideraban que Jorge Juan defendía planteamientos heréticos. Sólo con la ayuda del Marqués de la Ensenada,
quien entonces desempeñaba la Secretaría de Guerra, Marina e Indias, y
admitiendo que la formulación copernicana del universo era tan sólo una
hipótesis, posiblemente errónea, pudo imprimirse.
Como ha ocurrido
en tantas ocasiones, sus méritos científicos fueron escasamente
valorados en España. Aquí eran acogidos con indiferencia, mientras
obtenía reconocimiento más allá de nuestras fronteras. Las más
importantes instituciones científicas de Europa ponderaron sus trabajos.
La Royal Society lo invitó a que viajase a Londres
para intercambiar opiniones con los hombres de ciencia ingleses y
propuso nombrarle socio de honor de la prestigiosa institución.
Imperio colonial
Ensenada consideraba la rivalidad con Gran Bretaña
uno de los ejes de nuestra política, dado que su objetivo era labrarse
un imperio colonial donde obtener materias primas y colocar los
productos que salían de sus talleres, algo que les llevaba a los
británicos a poner sus ojos en las Indias. La conjunción de esos dos
factores -afanes imperiales y comercio- desembocaría en un inevitable
enfrentamiento con Gran Bretaña.
Por ello, uno de sus principales
proyectos era poner en condiciones de hacer frente a la poderosa marina
británica, a la Armada Real. Frente a los cien navíos
de línea ingleses, España podía oponer quince y similar proporción había
entre las fragatas de guerra. Esa diferencia reducía de forma dramática
las posibilidades de defender las Indias de un ataque inglés.
El plan de rearme naval y el prestigio de Jorge Juan
se cruzaron en el proyecto de Ensenada. "Ahí es donde decidí centrar el
desarrollo de «El espía del Rey». Aprovechando su visita a Londres, le
encomendó una peligrosa misión: ejercer labores de espionaje que podrían
pasar desapercibidas, al menos durante un tiempo, gracias a la
cobertura que le proporcionaba la invitación de la Royal Society".
Durante su estancia, trataría de hacerse con los secretos de las
técnicas utilizadas para construir sus navíos de línea, los dueños del
mar en el siglo XVIII. Ensenada buscaba también hacerse con hombres
capaces de aplicar esas técnicas en los arsenales españoles de El
Ferrol, Cartagena y Cádiz.
Jorge Juan trataría de enviar a España
maestros de jarcia, expertos en tejer lonas para el velamen o
cualificados carpinteros para construir los cascos. Incluso, si era
posible, un buen fundidor de cañones -técnica muy compleja- para
artillar los barcos de la Armada.
Lo acompañaron en esta misión dos jóvenes guardiamarinas: José Solano y Pedro de Mora,
escogidos, además de por sus conocimientos de náutica, fundamentales
para llevar a cabo la misión, por su dominio del inglés. Embarcaron en
la fragata The First August, que hacía la travesía hasta Londres desde
Cádiz en los últimos días de enero de 1749, arribando a su destino el
primer día de marzo.
Personalidades
En
Londres, Jorge Juan, adoptó diferentes personalidades. Lucía uniforme
de capitán de navío de la Armada Real
o indumentaria propia de un científico -peluca, casaca, chaleco, camisa
de cuello y puños de encaje, corbatín o medias de seda, como aparece en
el retrato que se conserva en el Museo Naval de Madrid- cuando asistía a
reuniones con hombres de ciencia o se desplazaba hasta Greenwich
para conocer el observatorio astronómico.
También
vestía esas
indumentarias en los bailes y fiestas con que era agasajado por la
aristocracia londinense. Fue invitado por el almirante George Anson,
quien se había enfrentado a los españoles en las Indias durante la
llamada Guerra del Asiento, librada cuando Jorge Juan
formaba parte de la expedición que medía el arco del meridiano. También
acudió a casa del Secretario de Estado, el duque de Bedford.
Cuando
ejercía como espía, su vestimenta era mucho más modesta, la propia de
un comerciante de vinos. Algo que le permitía pasear por los docks o
frecuentar las tabernas de las riberas del Támesis buscando
información de viejos marinos o tomar nota de los buques que observaba.
En esas circunstancias, se transformaba en mister Josues y, cuando esa
identidad empezó a levantar sospechas, adoptó la de mister Sublevant, un
librero con conocimientos de náutica de lo que había leído en textos publicados.
Para
llevar a cabo la otra parte de su misión centró su búsqueda en dos
grupos, donde tenía las mayores posibilidades de éxito: los jacobitas y
los católicos. Los primeros eran los partidarios de los Estuardo -habían
protagonizado una intentona fracasada en Culloden (1746)- y rechazaban a
la dinastía reinante, la de Hannover.
Muchos deseaban abandonar el país.
Los católicos, principalmente de
origen irlandés, estaban privados de muchos de los derechos de que
gozaban los anglicanos. Jorge Juan les ofreció
importantes emolumentos si entraban al servicio del rey de España y pudo
contar con suficientes recursos para costear sus viajes. Enviaron a
España medio centenar de expertos en las diferentes artes náuticas. "En «El espía del Rey» he novelado las numerosas peripecias de esos encuentros y viajes", dice Poyato.
Persecución
Permaneció
en Londres hasta mayo de 1750. Detectada su actividad, se inició su
persecución, pero los tres espías lograron escapar. Jorge Juan
abandonó Londres a bordo del Santa Ana, un buque español con base en
Santoña, disfrazado de marinero y oculto bajo unas lonas. Su misión en
Londres se saldaba con un rotundo éxito.
Entre
los enviados a España se
encontraban algunos de los más reputados especialistas, como Richard
Rooth, Edward Bryant o Mateo Mullan. En los años siguientes dirigieron
la construcción de un importante número de navíos de línea y fragatas de
guerra que dotaron a España de un importante poderío naval en la
segunda mitad del siglo XVIII.
A
su regreso a España, Jorge Juan
impulsó el trabajo en los astilleros y, poco después, fue nombrado
director de la Academia de Guardiamarinas. Promovió la construcción del
Observatorio Astronómico de Cádiz y en esos años compuso su «Examen Marítimo», considerada su obra más importante.
Fundó,
en su casa gaditana, la Academia Amistosa Literaria, donde se debatía
sobre literatura y cuestiones científicas, y se servía chocolate.
Reinando
Carlos III, en 1767, encabezó una embajada diplomática a Marruecos,
firmando con el Sultán un beneficioso acuerdo para España. Moría en 1773
de un «accidente alferético» en su casa de la Plaza de los Afligidos.
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