La reivindicación del liberalismo como exaltación del potencial individual en el factor de crecimiento de la sociedad, en el fondo es una coartada para que los grupos económicos poderosos condicionen el poder político para reducir el papel del Estado a labores de auxilio en momentos de crisis: entonces, los liberales se hacen socialistas mientras dura la crisis para socializar las pérdidas y volver a privatizar los beneficios cuando éstos se producen.
Para impulsar esos pensamientos es necesario un férreo control de las maquinarias de los partidos que son sólo herramientas de los procesos electorales en los que el sistema de cooptación hace que quienes dirigen la organización no puedan modificar los móviles que se persiguen.
Esta forma de operar ha sido fortalecida con la aparición de los movimientos neoconservadores, donde la radicalidad del pensamiento exigía todavía un mayor control de las organizaciones políticas fundadas en la incondicionalidad sobre unos credos inamovibles, y en los que la sacralidad del mercado se contraponía al desprestigio del Estado. La amenaza socialista era el factor de cohesión de esa incondicionalidad.
Por definición la derecha es mucho más acrítica que la izquierda, porque cerrar la válvula del cuestionamiento político es la mejor garantía de un férreo control del pensamiento. Al contrario, la izquierda reivindica los mecanismos de participación y la posibilidad de la discrepancia. En esencia, los partidos de izquierda que son democráticos lo son más que los de derechas sobre todo por el nivel de implicación y de participación de su militancia y la libertad crítica que disfrutan en su seno.
La izquierda democrática tiene una tradición de control de las bases sobre la dirección. Pero en España el PSOE, como genuino representante de la izquierda, ha entrado en una deriva derechista en su concepción de la política.
Si Felipe González fue acusado de cesarismo en determinadas actitudes de dirección del partido, con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero la tendencia a prescindir de la organización se ha incrementado hasta el punto de que la independencia política, la ausencia de compromiso militante, se ha constituido en un valor sobredimensionado sobre el esfuerzo de los miembros del partido.
Se llegó al paroxismo de que José Antonio Alonso, ex ministro de Interior y de Defensa, fue nombrado portavoz del Grupo Parlamentario socialista sin ser militante del partido. El jefe de los militantes parlamentarios no lo era. El caso fue tan insoportable que finalmente Alonso, ejerciendo ya su nuevo papel, tuvo que pedir el alta en la organización.
De esa forma, advenedizos como el ministro de Cultura o el dimitido ministro de Justicia se movilizaban para encabezar candidaturas en provincias donde debían ser encapsulados buscando raíces artificiales y suplantando a los cuadros locales.
Los veteranos y jóvenes dirigentes que acompañaron al líder en sus comienzos han sido sistemáticamente desplazados: Juan Fernando López Aguilar, cesado como Ministro de Justicia para encabezar el intento imposible de conquistar el Gobierno de las Canarias. Jesús Caldera, brillante ministro de Trabajo está en un laboratorio de ideas como un retiro del que fue informado cuando se le llamó a La Moncloa y el interesado esperaba su confirmación como miembro del Gobierno. Jordi Sevilla, no corrió mejor suerte. José Bono que se enfrentó Zapatero compitiendo por la secretaría general, está en el Congreso de los Diputados, presidiendo una institución importante, pero lejos de la capacidad de defender sus posiciones en el partido. Juan Carlos Rodríguez Ibarra está prácticamente jubilado; Francisco Vázquez, embajador en el Vaticano…
El cedazo de la edad ha sido la manera de mantener alejados de posiciones de influencia orgánica a dirigentes tan valiosos como Alfonso Guerra, José María Benegas y muchos otros más que al final han buscado refugio en actividades privadas. Manuel Marín, un experimentado político que demostró además capacidad e independencia en la presidencia del Congreso de los Diputados, ya está fuera de la política activa y se enteró de que no sería renovado en su cargo por los periódicos, porque la crueldad del líder cuando amortiza servicios prestados es extraordinaria.
La falta de experiencia y de peso político es una condición para ser miembro de la ejecutiva socialista con contadas excepciones. Y en el Gobierno, el marketing ejercido sobre la edad y el número de mujeres superior al de hombres ha convertido lo que fue un logro innegable en la tapadera para formar un Ejecutivo en el que los independientes y las adhesiones personales al líder han sustituido en la mayoría de los casos el peso político y la influencia orgánica.
Una parte de la explicación de esta metodología política del presidente Zapatero es sencilla: el presidente es conservador en los modos políticos y entiende la diferencia con sus propios criterios como una ofensa de la que no se regresa jamás. De esa forma, cualquiera que tenga criterio propio será tratado con cautela y a la postre alejado de cualquier núcleo de poder. Es en esa clave en la que hay que estudiar muchos nombramientos.
No tienen más importancia en sí mismos que el haber aliviado al presidente de elegir a otro más idóneo pero con más criterio. Si se observa la ascensión meteórica de jóvenes promesas a cargos de extraordinaria relevancia se verá que la mayor ventaja es que no tienen pedigrí para pedir explicaciones ni para manifestar discrepancias. Serán sumisos cuanto menos arraigo tengan en la organización del partido y menos experiencia acumulen.
Los ejemplos antes citados y su destierro tienen que ver con la prevalencia de criterios contrarios a los del líder. Personas independientes, sin méritos de militancia, son mucho más maleables que quienes tienen historia y raíces en el partido. La forma de entender la política de José Luis Rodríguez Zapatero no tiene que ver con la labor de equipo ni con el ejercicio de compartir responsabilidades: el liderazgo es personal y no se prorratea sino en contadas ocasiones cuando aparece un ungido en enamoramientos políticos apasionados que siempre acaban en divorcios dramáticos.
Ahora Miguel Sebastián está a la baja después de aparecer como el caballo blanco que iba a conquistar la alcaldía de Madrid desde su condición de independiente e ignorante absoluto de la vida política. Durante mucho tiempo marcó las pautas económicas en la primera legislatura desde la oficina económica de Moncloa, por encima o contraponiendo los criterios del vicepresidente económico Pedro Solbes, que, con un paciencia profesional e infinita, soportó con estoicismo todo tipo de desplantes.
Las grandes ocurrencias como el reparto electoral indiscriminado de cuatrocientos euros y el cheque bebé sin tener en cuenta niveles de renta, lejos de ser políticas socialdemócratas, impulsan el populismo con políticas que en la mayor parte de los casos son iniciativas personales del líder y su entorno más cercano, sin pasar el filtro de la militancia y la dirección del partido. Miguel Sebastián apadrinó operaciones fallidas como la OPA de Sacyr sobre el BBVA (qué hubiera ocurrido ahora si llega a tener éxito con la crisis de la constructora) y la famosa estrategia para hacer de Endesa un campeón energético nacional que ha terminado por ser italiano. A ambas operaciones se opuso Pedro Solbes, pero prevalecieron los criterios del amigo cercano al presidente.
El éxito electoral y la contraposición con las posturas reaccionarias del PP son la gran coartada que evita la crítica, asumiendo que está será utilizada por el enemigo. Un chantaje con lógica electoral: criticar, incluso desde la izquierda, desgasta al Gobierno; y el sacrificio que se pide es la abstinencia en la discrepancia pero sin compensar esa exigencia con una oferta de diálogo constructivo y con aplicación de fórmulas socialistas para compartir el poder que en el caso de Zapatero es cesarista.
En el horizonte socialista hay algunas excepciones al control del líder. En primer lugar, viejos supervivientes imprescindibles como Alfredo Pérez Rubalcaba, la cabeza mejor amueblada del Gobierno y de la ejecutiva socialista, que tiene un límite en su nivel de flotación; lo lógico era que hubiera sido vicepresidente del Gobierno pero ha sido relegado a la labor (sin embargo importantísima) de Ministro de Interior y encargado de la prioridad de acabar con el terrorismo, tarea que está llevando a cabo con extraordinaria eficacia. Eso le salva de la criba.
Alfredo Pérez Rubalcaba sabe mejor que nadie que sus límites están marcados. Su carrera política no puede ir más allá porque su inteligencia es un elemento de repulsión para ser llamado a mayores cotas de poder. Manuel Chaves tiene un equipo relativamente autónomo en el PSOE de Andalucía. Desde el profundo sentido de lealtad, con raíces históricas de los socialistas andaluces, se han conformado con constituirse en una isla dentro del entramado organizativo del PSOE con personalidad propia y en donde el Gobierno tiene que pedir permiso para entrar.
Cataluña, en el otro extremo, ha hecho de la cuestión identitaria una formulación de independencia orgánica que además está consagrada por su configuración estatutaria de organización política independiente del PSOE.
El resto del partido es más una maquinaria electoral que un cauce de debate y participación política.
Las nuevas tecnologías ofrecen un aspecto contradictorio a la participación política. De una parte, cualquier puede acceder a la red, dar a conocer sus criterios, proponer debates, iniciativas y movilizaciones. Internet es una herramienta poderosa para traspasar los límites de los medios de comunicación y sus servidumbres; democratizan la capacidad de influir.
La red, utilizada inteligentemente, puede ser un instrumento movilizador que puede permitir, en momentos de crisis como el que vivimos, formulación y difusión de alternativas que suelen ser condicionadas, mediatizadas o anuladas por los medios de comunicación conservadores trufados de intereses económicos y reacios a abrir debates innovadores.
Pero la red tiene también inconvenientes. Las formas de comunicación actuales, televisión e, Internet, dan a la información una velocidad de rotación tan alta que dificulta la reflexión y el debate. Se navega por la superficie de la información pero no se sumerge en sus raíces.
Para defender este modo de entender la política y blindarse de críticas externas, el presidente del Gobierno creó un grupo mediático a su medida a partir de un pequeño grupo de periodistas y recién convertidos empresarios que, además de haberse hecho ricos a la sombra del líder y del BOE, son el grupo que más influencia política tiene en el presidente del Gobierno, influencia que ejercen desde fuera de la organización del partido. Internet y la movilización de jóvenes blogueros agresivos es la otra punta de lanza para desacreditar a todos los discrepantes que son convertidos en arribistas, vendidos y traidores.
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