En el entorno de Pedro Sánchez aseguran que el propósito final del líder socialista en esta legislatura es plantear una crisis constituyente y presentar a la nación una nueva Constitución que modifique, entre otras cosas, la forma de Estado, estableciendo la República. Pedro Sánchez sería el presidente de esta III República.
Hasta ahora, el camino hacia la crisis constituyente permanecía enmascarado. Desde ayer, las mascarillas han caído y los propósitos del sanchismo han quedado al aire libre. No sé si por torpeza o por un meditado cálculo, al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, le ha correspondido desvelar los oscuros propósitos finales de Pedro Sánchez.
“Junto a la crisis constituyente -afirmó el ministro ante el Congreso de los Diputados- tenemos también un debate constituyente”. Más claro ni el agua del Lozoya. “Nuestro modelo social se rompe”, añadió con rotundidad el ministro.
Para el
sanchismo, el espíritu de la Transición es un cadáver y hay que
sepultarlo para construir una España diferente a la que se consagró en
la Constitución de 1978, aprobada de forma abrumadoramente mayoritaria
por la voluntad general del pueblo español libremente expresada.
El
sanchismo, en fin, controla más y más los medios de comunicación, sobre
todo los audiovisuales; construye una España subsidiada, en la que un
número cada día mayor de españoles viven de la asignación que les
proporciona el Estado; fragiliza de forma incansable las estructuras
públicas, incluso devastando algunas hasta ahora inatacadas como la
Guardia Civil y la Monarquía… y ha dado a sus terminales en toda España
esta consigna: “Todo el poder para el Gobierno”.
La operación ha sido
inteligentemente meditada. No se trata de someter al pueblo español a
un trágala de golpe. No. Se trata de ir desmontando poco a poco la
España de la Transición para establecer la nueva normalidad al gusto del
Frente Popular que nos gobierna.
(*) Periodista y de la Real Academia Española
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