Los valencianos en nuestra habla y cultura autóctonas nos referimos a ella con mayor propiedad cuando lo hacemos a la manera mediterránea, tanto en lo antropológico, como en lo lingüístico y en lo teológico, Mare de Déu, que es más ortodoxo que romano, Madre de Dios, Theotókos. No seguimos ni la manera romana, ni la castellana, cuando nos dejan actuar por nuestra cuenta, sin imposiciones clericales de ningún tipo extrañas a nuestra forma de ser.
Precisamente, en la Iglesia Ortodoxa, la gran fiesta de la Virgen es la de su Dormición, hecho que daría lugar a su asunción, dormida, a los cielos. No obstante, el pueblo valenciano, en su pragmática costumbre de simplificarlo todo, de hacerlo más sencillo, inventó para ella dos curiosas denominaciones: Mare de Déu d´Agost o Mare de Déu dormida.
Esta última advocación se conserva de manera especial en uno de los lugares donde de manera más pura y dulce se conserva la fonética de la lengua valenciana, La Marina, donde, como en el resto de comarcas se festeja a esta Virgen siempre rodeada de alfàbegues, las populares y eficaces plantas aromáticas originariamente procedentes de la India, creídas sagradas y protectoras, medicinales para curar diversos males, ahuyentadoras de insectos veraniegos, conocidas y usadas por todas las culturas de nuestra historia, griegos, fenicios, romanos, godos, visigodos, árabes y cristianos.
Pueblo o ciudad que conquistaba, o arrebataba, a los moros el rey Jaime I convertía su mezquita en iglesia cristiana y, por lo general, la dedicaba a la Virgen de la Asunción, advocación por la que sentía especial devoción.
Las catedrales o templos vestigios de ellas del territorio valenciano o de la antigua Corona de Aragón puede que les despisten al llamarse sus vírgenes titulares de la Seo, de la sede episcopal, Virgen de la Seo o Mare de Déu de la Seu, pero suelen ser de La Asunción por la especial querencia del monarca aragonés por esta devoción y advocación.
El monarca llevaba siempre junto a él, en su grupa, una tabla, de estilo bizantino, con la imagen de la Virgen María, de la que, especialmente en las batallas no se separaba, pues entendía que le protegía y ayudaba.
Al entrar en Valencia y llegar a la mezquita principal se celebró una Misa en un altar portátil de campaña, ante el retablo de la Virgen del monarca, que él mismo la depositó en el histórico momento de transformar el templo islámico en catedral cristiana.
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