España vive sus horas más oscuras. Son tiempos de Churchills y de
Gobiernos de unidad ante la crisis. Pero la política actual sigue sus
ritmos como si nada estuviera pasando, aunque lo que está pasando es el
fin del mundo para muchas familias españolas.
Mientras la crisis sanitaria sigue evolucionando
bajo una sensación de falta de control, los análisis políticos
continúan trabajando, y los de una parte, Gobierno, y la otra,
oposición, coinciden en que esta emergencia nacional supondrá un antes y
un después en la economía, en la sociedad y en la política.
El Gobierno trabaja con
escenarios que plantean que la situación de alarma dure todo el mes de
abril e incluso se prolongue hasta mayo. La estrategia es ir
concienciando poco a poco a la población, para que el desánimo no sea
tan brutal como para dejarse caer por el precipicio. Pero la
batalla, según cálculos de Gobierno y de comunidades, será larga y dura.
Y dejará tantas secuelas que es muy difícil que no afecte a sus
gestores hasta el punto de llevárselos políticamente por delante.
No es
una cuestión doméstica, el ritmo es el mismo a nivel internacional. Pero
hay particularidades domésticas que explican que al Gobierno le tiemblen más las piernas que a otros Gobiernos extranjeros y
que esta oposición vea más fácil hincarle el diente y alcanzar el trono
de La Moncloa, aunque la sensación de que se mueve la tierra bajo los
pies sea parecida en todos los laboratorios políticos.
El
recuerdo que dejará esta crisis será traumático en la mayoría de la
población y las secuelas de este recuerdo traumático serán las que
condicionen el resto de la Legislatura. Génova ha visto su espacio para
consolidar su alternativa, aunque desde los territorios del partido
adviertan a Madrid que «debe contener la ansiedad por aprovechar su
momento».
En las estructuras territoriales del PP también miran con el rabillo
del ojo hacia Vox, con dudas y miedo a que no cuaje la alternativa de su
formación y sea Vox el que una vez más se aproveche de la situación.
El «Manual de
Resistencia» de Sánchez no anticipó nunca que el presidente del Gobierno
podría tener que enfrentarse a una situación tan extrema como ésta. Es
en su propio partido donde saben que tiene muy difícil sobrevivir
políticamente a un huracán que está dejando en evidencia las debilidades
de la estructura del Gobierno y la falta de experiencia de algunos
equipos, aunque no haya equipo que se haya entrenado jamás para una
crisis sin patrón previo de ensayo.
En
el PSOE asumen que estamos
viviendo unos hechos que marcarán a una generación y que obligan a su
«jefe», a Sánchez, a asumir que es el momento del «sacrificio», aunque
en la primera línea estratégica del Gobierno estén todavía trabajando en
la batalla mediática por salvar lo más posible la imagen del líder de
los daños de la «guerra». Por más que se hable en términos bélicos esto
no es una «guerra», reconoce un presidente autonómico socialista, al
menos para el Gobierno, «porque en toda guerra hay estrategia, y aquí la
fuerza de los acontecimientos nos ha desbordado cualquier intento de
plan».
Es verdad como dice Moncloa que en todos los países los acontecimientos
se están precipitando de una manera parecida, pero no en todos hay un
Gobierno artificialmente ensamblado para ganar tiempo y resistir en el
poder sobre la base de dos socios que tienen en la desconfianza mutua y
en el afán compartido por colocar la zancadilla a la otra parte su
principal punto en común.
Sánchez
diseñó un Gobierno para el «vino y las rosas», dicen ahora sus barones
críticos, y lo que viene por delante son sólo espinas. Todo su plan
político ha quedado arrasado por la gestión para contener al virus que
está destrozando a tantas familias. En la dirección del PP creen que
Sánchez saldrá de esta crisis «amortizado» y que la opinión pública «no
olvidará», resista lo que resista antes de convocar unas elecciones. Es
inimaginable, es verdad, que mantenga como socios a los independentistas
catalanes y hasta a EH Bildu después de las posiciones ruines y
desleales que esos socios están manifestando durante esta crisis
nacional de primer nivel.
Y también es
inimaginable que en la agenda pueda entrar de nuevo la mesa de partidos
y el «conflicto» catalán por más que el secesionismo se empeñe en
intentar convertir esta tragedia nacional en una nueva oportunidad para
inventarse más agravios contra el Estado español. Todas las
prioridades políticas, económicas y sociales han dado un giro de 180
grados, y todo lo que parecía importante y clave hace unas semanas ha
quedado reducido a la mayor de las insignificancias.
Y para afrontar ese
giro copernicano Sánchez sabe que se ha quedado sin socios, y que hasta
el compañero de coalición puede que se baje antes de tiempo del
«caballo» cuando llegue el momento de que el sacrificio lo tenga que
poner el Gobierno en primera persona, después de que por delante haya
estado el sacrificio de la sociedad española.
Los millones de parados y
la recesión económica que se avecina, según calculan analistas políticos
y económicos, no dejarán espacio para las políticas sociales de galería
y lucimiento, la base del Gobierno de coalición. El Ejecutivo tendrá
que hacer ajustes y seleccionar partidas presupuestarias sobre las que
aplicar los recortes para cubrir los gastos que nunca estuvieron en sus
cálculos, y para entonces, habrá que ver si «Pablo aguanta o se ha
caído, o le han tirado, antes».
(*) Periodista
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