jueves, 6 de febrero de 2025

Amistad telemática / Francisco Poveda *



Las relaciones de amistad se han tornado hoy, en gran parte, en telemáticas como sustitución de las telefónicas y telegráficas, que suplieron en parte a las necesariamente presenciales, en el siglo XX o, a lo sumo, postales desde mucho antes para sujetos que estaban lejos en el espacio. 

 
Muchas amistades de hace tiempo distantes se han podido recuperar al ser ahora telemáticas, evitando así perderlas por no frecuentarlas o redescubriéndolas desde otra perspectiva distinta.

La tecnología actual de mensajería instantánea ha multiplicado exponencialmente los contactos con las amistades de verdad o con las coyunturales en razón de épocas de intereses comunes, con más o menos conocidos, aspirantes a ser supuestos amigos nuestros por afinidad y/o empatía.

 Algo que pasa conforme se cumplen años y se amplía el círculo a la par que se avanza en experiencia y sabiduría. Y se es más selectivo en busca de aportaciones a las necesidades de nuestro espíritu antes que a cualquier otra cosa tangible y mundana.


Las relaciones sociales no implican amistad con quienes son solamente conocidos si, a la postre, no construyen ese lazo poco a poco y te hacen sentir cómodo por una pura cuestión de carácter. En cualquier caso, un conocido es una categoría muy inferior al amigo, que suele ser de siempre aunque también van surgiendo otros durante nuestro periplo vital.
 

Porque la verdadera amistad implica afecto desinteresado fortalecido por el trato, es incondicional, leal, solidaria, sincera, comprometida, cooperativa... requiere de un vínculo emocional, sentimiento positivo y estable, que se cultiva con ese trato asiduo, duradero, y de interés recíproco a lo largo del tiempo, muchas de las veces debido precisamente al carácter de cada cual. Tener con la edad los amigos justos y necesarios no es precisamente de necios.


Requiere mutualidad de apoyo, escucha, respeto, empatía, honestidad y lealtad dentro de una relación especial y estrecha de dos que se preocupan reciprocamente. La verdadera amistad guarda secretos, no inicia rumores, no comparte la confidencia y evita hablar mal del otro con terceros y, siempre, está al lado nuestro durante todos los desafíos de la vida.


La amistad puede ser siempre por tres causas: utilidad, placer o virtud, según un clásico. Y resulta esencial y un profundo vínculo emocional, estable y saludable, extremos todos cruciales porque nos ayudan a crecer en espíritu y a nuestro bienestar, hasta alcanzar la longevidad. 

Pero ojo, también hay, al menos, tres clases de amigos: los que están a favor de lo mismo que nosotros; los incondicionales y aquellos a los que nos une un enemigo común. Los demás no son amigos aunque puedan llegar a serlo si hacen méritos y alcanzan nuestra bendición.


Porque como seres sociales, aparte de emocionales, los amigos son una familia confiable que escogemos con el corazón. Una red de apoyo que ayuda a desarrollar el sentido de pertenencia. Por algo, cuando la amistad es sana se preocupa más por el bienestar del otro, lo que no tiene precio entre gentes de una mínima buena calidad humana, esa que escasea tanto hoy ante la ausencia de valores. 


Un verdadero amigo nos hace sentirnos apreciados cuando nos orienta, alienta, tranquiliza y nos escucha con empatía y atención personalizada, dando importancia a todo aquello que le confiamos. Es ese hombro que se necesita en los peores momentos para desdramatizar y relativizar nuestra congoja. No hay más.


La similitud es fundamental para la amistad porque fomenta la compatibilidad y mantiene las recompensas de la afiliación. Selecciona, da sensación de pertenencia y sentido de finalidad, por lo que produce felicidad y reduce el estrés, mejora la autoconfianza y la autoestima porque escoge personas que creen en uno y le animan a perseguir sus sueños. Lo contrario son relaciones llamadas ahora tóxicas y de las que se debe huir siempre, evitando compasiones mal entendidas. 


Pero no hay motivos para pensar que los amigos sean menos importantes que las parejas románticas, esos sentimientos son algo distinto que fluye más lentamente que la amistad. Cierto que algunos amores surgen de esa amistad verdadera a partir de que madure y tienda a elevarse hacia la profundización en el conocimiento interior del otro hasta enamorarse desde una admiración previa necesaria y llegar a quererse como pareja en el sentido pleno en el que se debe entender esta figura al margen de convencionalismos rancios que alimentan la hipocresía.


La comunicación telemática, es cierto, facilita el desarrollo de la amistad debido al contacto más regular, fomenta viajes, respeto, confianza, empatía emocional, honestidad, interés por lo que nos cuenta el otro, tolerancia a sus creencias y/o ideología. Ayuda a evitar la sensación de soledad y a compartir lo bueno. Pero en exceso de relaciones banaliza el concepto esencial de amistad con quienes no lo eran desde antes de la tecnología actual.


Te considera amigo telemático quien te envía mensajes de texto todo el tiempo, siempre está ahí, te llama sin avisar pero respeta tu independencia, combate tu soledad y te mantiene sano en cuerpo y mente. En casos, negar amistad a alguien que, en verdad, lo merece, es lo peor que se puede hacer a una persona de bien aún tratándose de una amistad puramente telemática surgida de la ocasión.


La amistad perfecta es aquella cuya naturaleza se cumple plenamente y se fundamenta en el bien de los amigos, de acuerdo con el filósofo griego Aristóteles. No existe relación, en ese caso, de poder ni temeridad debido a un vínculo muy sólido y exitoso, que nos hace crecer, nos reconoce por nuestras diferencias y nos valora por quien somos y no por lo que tenemos o podemos hacer de favores desde una situación social, o política, influyente. 


Esos amigos perfectos no nos mienten ni nos incitan a abdicaciones. No actúan por intereses propios incompatibles con el bien común ni por conveniencia política. Porque disfrazarse de amigo no deja de ser una canallada a la confianza para el que va de buena fé. Por eso, tomar cariño a quien no lo merece, fuerza una especie de amistad necesariamente frágil y sin futuro.
 

Y finalmente, dos reflexiones: privar de nuestra amistad a alguien que nos la requiere por las redes, porque la necesita, puede llegar a ser cruel sin una razón suficiente que lo justifique.
 

Y dejar de cultivar, sin motivo consciente, una amistad que merece la pena, hace que ésta se seque y termine muriendo aunque conserve la forma de una máscara aparente pero vacía.




(*) Periodista y profesor

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