Este lunes comienzan las negociaciones entre PSOE y Ciudadanos para
la formación de un nuevo gobierno llamado ‘reformista y de progreso’, de
acuerdo con lo acordado por Pedro Sánchez y Albert Rivera. Pero la
pregunta que se plantea es la de negociar para qué, una vez que tanto el
PP como Podemos han anunciado su oposición al posible acuerdo de ambos
partidos que suman 130 escaños y están lejos de la mayoría del Congreso
de los Diputados de 176 votos.
Entonces ¿qué pretenden Sánchez e Iglesias con estas negociaciones?
Pues Sánchez pretende, para empezar, demostrar a su partido que su
objetivo no es solo negociar y pactar como Podemos sino intentar con
estas conversaciones un gobierno tripartito del cambio, dotado de un
programa concreto y una base parlamentaria suficiente para dar a la
legislatura estabilidad. Un pacto tripartito al que también se opone
Ciudadanos si la tercera pata del trípode es la de Podemos. De igual
manera que Podemos se niega a entrar en un acuerdo con C’S.
Asimismo, Sánchez sueña con la posibilidad de que, en caso de lograr
un acuerdo final con Ciudadanos, el PP o Podemos se abstengan y le
permitan conseguir la investidura. Pero esa pretensión está bloqueada
por las claras y contundentes declaraciones de Mariano Rajoy quien ha
dicho que siempre votará en contra de un proyecto de gobierno en el que
Sánchez aparezca como presidente. Y lo mismo, pero con distintos
argumentos, le ha dicho a Sánchez Pablo Iglesias, con lo que el intento
bilateral de Sánchez y Rivera está condenado al fracaso.
Entonces ¿a qué juega Rivera con esta negociación? Pues simplemente a
desbrozar un terreno de entendimiento con el PSOE que podría ser la
base de un posterior acuerdo tripartito con la presencia del PP, si
logra que los pactos hallados entre PSOE y Ciudadanos -que están por
ver- los puede aceptar el PP al menos como base de una negociación a
tres.
En todo caso, mientras arranca esta negociación con la que Sánchez
también espera ganar tiempo antes de presentar su investidura, lo que
sigue pendiente es el encuentro de Rajoy y Sánchez, al que hasta ahora
se había negado el líder del PSOE. Pero que ahora y en su condición de
candidato oficial a la investidura por el encargo del Rey, Sánchez debe
celebrar en una entrevista con Rajoy mal que le pese y a sabiendas que
no habrá acuerdo de ningún tipo entre ambos.
Encuentro que aprovechará Rajoy para advertir a Sánchez de todos y
cada uno de los riesgos que incluye su posible acuerdo con Podemos que,
al día de hoy, parece el único al alcance de la mano de Iglesias si
finalmente él y sus barones aceptan ese desafío con el apoyo externo de
los independentistas catalanes de ERC y Di, que había sido vetado por el
Comité Federal del PSOE.
En medio de este laberinto en el que se encuentra Sánchez está por
dilucidar la oposición de Iglesias a abrir negociaciones con el PSOE de
manera paralela y simultánea a las que los socialistas mantienen con
Ciudadanos, lo que tiene cierta lógica.
Pero que también deja en entredicho el razonable procedimiento
negociador impuesto por Sánchez que consiste en hablar primero de
programa de gobierno, antes de repartir los sillones del Ejecutivo tal y
como lo pretendía Podemos en su burda escenificación de un pacto de
gobierno de coalición con el PSOE.
Está claro que el numerito del reparto de Ministerios y
vicepresidencia de Iglesias eran una provocación carente de sentido.
Pero también es cierto que carece de sentido negociar un programa para
un gobierno de coalición cuando no se tienen los apoyos necesarios para
culminar esa operación.
Entonces ¿a qué juega Sánchez, como candidato oficial a la
investidura del nuevo presidente del Gobierno? Ni el mismo lo sabe. A lo
mejor se conformaría con protagonizar un debate de investidura para
perderlo, pero también para promocionarse de cara a unas elecciones
generales anticipadas, culpando a PP y Podemos de bloquear la
gobernabilidad.
(*) Periodista
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