“Los ciudadanos españoles no se merecen un Gobierno que les mienta”.
La frase fue acuñada el 13 de marzo de 2004 por el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba
tras el atentado yihadista del 11M, que segó 198 vidas en Madrid. El
inventor de la máquina de mentir se lamentaba durante la jornada de
reflexión, un día antes de que los españoles depositaran su voto en las
urnas, de la ambigüedad de José María Aznar sobre la
autoría del atentado. Al mismo tiempo, los socialistas invitaban a los
suyos a tomar la calle contra el Gobierno de los ‘populares’.
Sucedía que, como se pudo constatar en la Comisión de Investigación
del 11M, que la Policía confundió nada más producirse la masacre el tipo
de explosivo utilizado en los trenes de Atocha con la marca Titadyne
que solía usar ETA. En medio de la crisis, además, el director del CNI, Jorge Dezcallar,
el sábado 13 por la mañana, seguía confundiendo por escrito al
presidente del Gobierno al decirle que sus agentes no descartaban la
autoría de ETA. Sin embargo, al mismo tiempo, confiaba en secreto a
Rubalcaba que había sido Al Qaeda.
El director del CNI, el mismo sábado, manifestaba por teléfono a Eduardo Zaplana,
entonces portavoz del Gobierno, que “la opción mayoritaria se inclinaba
por ETA” y que “los servicios secretos británicos afirmaban que la
pista más fiable era ETA”. Un sinsentido porque la Policía ya había
identificado a algunos de los marroquíes implicados en la masacre.
José María Aznar, que había nombrado al jefe de los espías, comentó
tiempo después que jamás perdonaría la felonía de Dezcallar. No le
disculparía jamás haber despistado a su Gobierno y haber alimentado la
confusión hasta horas antes de las votaciones.
Rubalcaba, aún conociendo desde horas
después del atentado por un
sector de la Seguridad del Estado lo que se cocía tras el 11M, inoculó
su slogan entre la ciudadanía que salió a la calle y organizó la
cacerolada ante la sede del PP de Génova. Uno de los agitadores en la
primera línea de la manifestación era un joven izquierdista llamado
Pablo Iglesias, ya con coleta, que pasaba desapercibido porque nadie
sabía quién era.
Ni que decir tiene que los socialistas
dieron un vuelco electoral con un candidato desconocido llamado José
Luis Rodríguez Zapatero.
Y con ZP llegaron a la primera línea de la política los actuales
responsables del desaguisado del coronavirus y de la necedad de sus
medidas: la cordobesa Carmen Calvo – ¡ministra de Cultura!- y un
imberbe Pedro Sánchez que, de la mano de José Blanco,
lograba una plaza de profesor en la Universidad Camilo José Cela, una
tesis fake y dos suplencias en el Congreso de los Diputados. Todo un
récord para su simpleza.
Mentiras y gordas
Rubalcaba, el portavoz por excelencia de las trolas del felipismo sobre los GAL, el responsable del caso Faisán
y uno de los creativos de la “campaña Doberman” contra el PP,
facilitaría años después la caída de Mariano Rajoy con una inconcebible
sentencia sobre la operación Gürtel. El edificio de Gobelas, donde se
ubicaba el cuartel electoral del PSOE, se convertía en un fortín de
propaganda que podría haber sido bautizado como ‘zona Goebbelas’.
Y aquellos polvos de la Gürtel, diseñada en 2009 por el entonces
ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, y el DAO de la Policía, Fernández Chico -uno de los comisarios de la generación de los “pablitos”- trajeron estos lodos. El aparato rubalcabista
sentaba las bases para que nueve años después Pedro Sánchez tomara La
Moncloa tras su moción de censura, apoyada por independentistas y
filoterroristas.
Pero como las apoplejías históricas son cíclicas y la Historia se
muestra siempre de manera caprichosa, Sánchez también se enfrenta ahora a
su 11M que, con un menos 3 (de mentira, estulticia e indecencia),
da como resultado: un 8M, la fecha de la manifestación feminista que
nunca debió celebrarse y que, con la anuencia de Sánchez y todo su
Gobierno, fue una catapulta para la propagación del coronavirus.
Era tal el ansia de los movimientos
feministas del PSOE y Podemos,
cada uno con su pancarta al frente de la manifestación, que el Gobierno
se doblegó a retrasar las medidas de contención del Covid-19. Las Calvo,
Montero, Gómez, Celaá y Darias, entre otras, tomaron las calles de
Madrid en medio de la pandemia. En el resto de España, miles de
feministas emularon a sus líderes y también se convirtieron en
propagadoras del virus. Mientras, La Moncloa y sus portavoces -a quienes
catalogan de científicos y técnicos- afirmaban días antes del 8M: “Nos
seguimos manteniendo en una situación de contención” y “No es necesario
ahora en España elevar el nivel de alerta”.
La miembra del Gobierno Irene Montero arengaba a las mujeres
para “una gran movilización diversa en la que salgamos millones de
mujeres a la calle como lo hemos estado haciendo en los últimos años”. Y
la vice Calvo las invitaba a la movilización con una frase que se ha hecho histórica: “¿Qué le les diría? Que les va la vida”.
¡Y tanto que les iba la vida! Mientras escribo estas líneas, con
indignación e impotencia, ya han muerto en España por el maldito
Covid-19 más de 4.000 personas. Me entran ganas de vomitar cuando
recuerdo el slogan de una de las pancartas feminazis: “El único virus peligroso es tu machismo”.
Y para salir adelante, como pollo sin
cabeza, el Gobierno ha optado por la vía de la mentira. Aún a sabiendas
de que la mentira también mata, sobre todo cuando se demora la lucha
contra la pandemia por razones espurias.
El retraso deliberado de la declaración de alerta nacional para no
suspender la parada feminista provocó que decenas de miles de madrileños
abandonaran la capital y se desplazaran a sus segundas viviendas en las
playas del Mediterráneo, que se celebrara la jornada de la Liga de
Fútbol y otros deportes, que no se suspendiera la mascletá de Valencia,
que se desplazaran de Italia a territorio español miles de ciudadanos o
que ese fin de semana estuvieran a rebosar bares y restaurantes. El
resultado ya lo conocen: cerca de 50.000 contagiados. Una iniquidad que merece ser investigada por la vía penal.
Y en medio de tanta indignidad -sin
test, mascarillas, guantes,
respiradores, trajes de protección, y triajes en los hospitales que
actúan como una ruleta rusa- el Gobierno sigue enrocado en la mentira.
Sigo a la espera de que Sánchez, que se ha convertido en el rey del
plasma televisivo, tenga unas palabras de autocrítica. ¿Se acuerdan
ustedes cuando PSOE e IU exigían a Aznar que pidiera perdón a los
españoles por la Guerra de Irak? Pues, deberían probar su propia
medicina.
Si comparamos las mentiras del 11M y las del 11M menos 3 destaca un
elemento que las distingue. La policía antiterrorista del ministro del
Interior Acebes y del presidente Aznar, entre el 11 y 13 de marzo, llevó
a cabo una lucha implacable para desarticular el comando yihadista que
había cometido el atentado. Aquellos agentes y sus jefes, que eran
votantes del PP, sabían que con sus investigaciones iban a propiciar la
victoria de los socialistas en las urnas. Pero, como ahora los
sanitarios en los hospitales, trabajaron día y noche para encontrar y
detener a los asesinos. Y así fue.
Ya en la madrugada del viernes 12,
los agentes localizaron una mochila con un móvil que aportó la pista
para localizar a los indios que habían vendido los teléfonos a unos
marroquíes. El comisario que había dirigido las pesquisas me dijo en
aquellos momentos: “Si me hubiera tragado la tarjeta del móvil, cuando
me lo entregaron en una bolsa, o hubiera retrasado la investigación un
par de días, el PP no habría perdido las elecciones”.
¿Por qué no lo hizo? Porque los
terroristas seguían sueltos y podían perpetrar otra masacre. Anteponía
el interés general y la seguridad de los españoles por encima de
cualquier estrategia política. Y así se lo explicó meses después al
ministro del Interior de ZP, José Antonio Alonso,
cuando visitó las instalaciones policiales de Canillas: “Usted está
aquí por la Policía del PP, que su partido ahora tanto denigra. Hicimos
con responsabilidad y sentido de Estado nuestro trabajo durante el 11-M a
sabiendas de que iban a ganar las elecciones. Pero detuvimos a los
terroristas en un tiempo récord y salvamos muchas vidas”.
Ahora, el Gobierno de Sánchez, tras la manifestación del 8M, recoge
el fruto de su vil cosecha: se ve impotente ante el coronavirus porque la mentira también mata.
(*) Periodista y profesor
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