Hay
especulación con el material sanitario en el mercado
internacional. Si la lucha con el Covid-19 es una guerra, no debemos
olvidar que en la guerra florece la especulación. El empresario armenio
Calouste Gulbenkian se hizo millonario en la Primera Guerra Mundial con
el tráfico de petróleo. Se le conoció como Mr. Fivepercent (Míster
5%) y garantizó el suministro de carburante a los británicos desde la
compañía turca de hidrocarburos.
Amasada una gran fortuna, Gulbenkian se
dedicó a la filantropía y el más espléndido museo de arte de Lisboa,
ciudad en la que residió durante la Segunda Guerra Mundial, lleva su
nombre. No hay guerra sin especulación. No hay tragedia sin política. Si
mañana mismo se produjese el holocausto nuclear, al día siguiente
comenzarían las luchas por la reconstrucción del Estado entre los
supervivientes. Que no se nos olvide: política es vida. La política
nunca es superflua, ni sobrante, aunque en ocasiones pueda resultarnos
odiosa.
Durante esta pasada semana algunos intermediarios
internacionales han ganado dinero con la venta de mascarillas a los
países europeos. Pedían cobrar en cash y cerraban contratos con
el mejor postor. No todo han sido donaciones filantrópicas de algunos
magnates chinos en favor de la gran campaña de reputación puesta en
marcha desde Pekín.
Hay Gulbenkians de las mascarillas y de los
respiradores, puesto que estamos en una guerra, aunque esta expresión no
guste a algunas almas sensibles. Un cargamento de 680.000 mascarillas
adquiridas por Italia en China fue interceptado esta pasada semana en la
República Checa y distribuido entre los hospitales locales. La
mascarilla sanitaria es hoy el signo del Estado eficiente en Europa.
La industria. Esa palabra que empezaba a sonar rara en
muchos lugares de España, habrá que recuperarla. La movilización general
de la industria en favor de las necesidades de los servicios sanitarios
debería ser una de las tareas del momento. Hay ya algunas iniciativas
en marcha para fabricar respiradores con impresoras 3D. Una alianza del
Consorcio de la Zona Franca, con la fundación Leitat y CatSalut ha
empezado a producirlos en Barcelona.
Hay otras iniciativas similares en
Asturias y otros puntos de España. Se han puesto en marcha iniciativas
para manufacturar mascarillas. La movilización de la industria en favor
de las estructuras sanitarias debería ser una de las prioridades del
Gobierno en los próximos días. No todo se resuelve en los ministerios,
aunque, evidentemente, los suministros principales dependerán de los
grandes contrato internacionales.
Europa, no nos hagamos ilusiones, es en estos momentos un
subcontinente aterrorizado. Se merece todas las críticas por no haber
evaluado bien los riesgos de la epidemia de Wuhan, pero si la Unión
Europea fracasa en los próximos tiempos, que Dios se apiade de España.
Joaquim Torra bajó ayer el pistón sin renunciar a su
consigna: cerrarlo todo. El independentismo parece que se va dando
cuenta de que el “España nos mata” es una barrabasada inmoral. El
Partido Popular mueve a la Región de Murcia en favor del “cierre total”,
sin movilizar, todavía, a la Comunidad de Madrid. Habrá escaramuzas en
los próximos días.
La renovación del estado de alarma puede que no sea un
trámite fácil para el Gobierno, el próximo miércoles en el Congreso.
Reglamentariamente, los grupos pueden presentar proposiciones sobre el
contenido del decreto. ¿Pinza PP-ERC-JxCat?
Mayores restricciones implicarían más gente desocupada. Y
las personas tienen que cobrar a final de mes. Por ello va emergiendo en
el Consejo de Ministros la propuesta de una “renta de cuarentena”, que
España no podría implementar sin apoyo de Bruselas.
¿Y esto quién lo pagaría?, dicho sea a la planiana manera.
La mutualización de la coronacrisis es la clave de bóveda: el esfuerzo
de las clases medias del centro y del norte de Europa para mantener en
pie la zona euro en los próximos años.
Allí donde se discute sobre la vida, se discute de política.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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