Según un burócrata del PP, es preciso
respetar la presunción de inocencia de Rita Barberá. Y acto seguido, su
partido la blinda en el Senado, nombrándola miembro de la Comisión
Permanente, para que no pierda su condición de aforada incluso aunque la
cámara esté de vacaciones.
En la Edad Media, los perseguidos por la justicia que lograban entrar en recinto sagrado conseguían santuario
y quedaban fuera de la acción de la justicia. Actualmente son las
embajadas las que brindan santuario, como se ve en el caso de Julian
Assange que, además, desde el punto de vista de Palinuro no ha cometido
delito alguno y está siendo injustamente perseguido.
En el caso de Rita Barberá el PP convierte el Senado en santuario a los efectos de impedir que la inocente
exalcaldesa se vaya de rositas, luego de haber robado presuntamente
cuanto ha querido en Valencia. El propio Senado va de mal en peor. La
mayoría de la gente en España piensa, con mucha razón, que no sirve para
nada. Habría que matizar: para nada bueno. Para dar cobijo a los
delincuentes sirve muy bien. El PP sigue instrumentalizando las
instituciones democráticas al servicio de su práctica presuntamente
delictiva.
Si
tan inocente es esta zafia rabanera, no debiera tener inconveniente en
renunciar a su aforamiento para que su honradez brillara como una
patena. Pero no es el caso: se blinda por el privilegio para no ser
encausada penalmente. De esta manera, no tiene por qué responder de sus
actos ante un juez como tenemos que hacer todos si nos encontramos en
una situación así.
Pero
esto tiene un coste: si Barberá se niega a responder ante los jueces
cuando la imputen delitos, todos estaremos moralmente legitimados para
pensar que, en efecto, la señora es una delincuente. En el PP -y no solo
el valenciano- esa condición, más que excepción, es regla.
La
corrupción no desaparecerá de España mientras la organización que la
fomenta, ampara, protege y blinda, como se ve, continúe siendo
considerada como un partido político y no una asociación de ladrones.
Única razón capaz de explicar el hecho de que, tres días después de
asegurar muy serio el Sobresueldos que "no iba a pasar ni una", haya
aforado a esta presunta ladrona que, sin duda, sabe muchas cosas sobre
los latrocinios de esta banda.
El amargo cáliz del Sobresueldos
Algunas almas cándidas comienzan a
flaquear y dar síntomas de compadecerse del hundimiento, el desprestigio
y la soledad de Rajoy el de los sobresueldos. Mal hecho. Él no daría
cuartel, no se arrepentirá de ninguna de las canalladas que ha
perpetrado y lo único en qué piensa es en cómo volver a engañar a la
gente como hizo en 2011.
La
soberbia de este personaje, como la del cogollo de sus íntimos, Sáenz
de Santamaría, Cospedal, etc., no es un reacción subconsciente,
inadvertida, producto del desconocimiento o la falta de práctica. Al
contrario, es su actitud normal en la vida, según la cual los pobres
tienen que trabajar, pagar impuestos sin rechistar y callarse excepto en
las fiestas y celebraciones religiosas, en las que pueden entonar
cánticos de alegría por la salud eterna de su Señor y aplaudir a las
autoridades. Y esa soberbia es la que lo ha conducido a un ridículo
aislamiento tanto fuera como dentro de su país. Es alguien indigno de
ocupar el puesto que ocupa, un usurpador.
Fue
displicente con los periodistas, manipulador y embustero con los demás
medios, altanero con los partidos de la oposición, despreciativo hacia
la gente, hirió los sentimientos de amplísimos sectores de la población,
atropelló su derechos y gobernó mediante los trágalas sucesivos de los
decretos-leyes. ¿Qué sucede ahora? Que nadie lo traga. Condigna
respuesta a una actitud autoritaria, impositiva y frecuentemente
insultante hacia quienes no coincidieran con sus criterios.
Se
resiste a marcharse. Como un nuevo Rip van Winkle, parece haberse
despertado de su sueño y no entiende nada de lo que pasa en el mundo,
que ya no es el suyo. Le llena de furia y rabia saber que será el primer
presidente de España desde la transición que no repetirá mandato porque
la ciudadanía no lo soporta. Pero no hay nada que hacer. Cuatro años de
desprecios y chulerías, lo han colocado en la posición de los apestados
leprosos de la antigüedad. Con él se va una época, una forma de
entender la política hecha de abusos, altanería, desprecio, embustes e
imposiciones a machamartillo de creencias dogmáticas subjetivas. Se va y
que no vuelva nunca más. Y que se lleve con él todo el desprecio que su
gobierno inspira.
Para
disimular, para hacer como que hace, el Sobresueldos ha preparado un
plan de gobierno con algunas ofertas a Sánchez y Rivera, a ver si
consigue que estos dos entren en esa coalición que el Sobresueldos
quiere ver materializarse bajo su experta mano. Pero es ya poco probable
que los demás partidos le presten atención.
El Sobresueldos es una figura del pasado. Nadie cuenta con él. Ni los de su partido.
Todo lo que no sea echar a este irresponsable de su guarida en La Moncloa es perder el tiempo y hacérselo perder a los demás.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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