domingo, 1 de marzo de 2009

Crítica del método / Jordi Sevilla

La manera en la que los gobiernos del mundo conducen la lucha contra la crisis económica les está reforzando como poderes autónomos, alejados de los mecanismos tradicionales de control democrático.Tenemos entre manos una crisis de gran complejidad que afecta a muchos sectores, a muchos países, a muchas personas y carecemos de una estructura democrática de poder mundial con la que hacerle frente.

La ausencia de un gobierno democrático mundial obliga a utilizar ese remedo que hemos dado en llamar gobernanza. Mediante estructuras informales, como la del G-20, cuya próxima reunión tendrá lugar en Londres este lunes, se juntan representantes de unos pocos gobiernos nacionales autoelegidos por su poder, en forma de potencia económica aparente, sin excluir a algunos de países claramente no democráticos ni a otros con sistemas manifiestamente mejorables.

Si la estructura y los mecanismos de toma de decisiones en organismos internacionales consolidados por el tiempo, como la ONU o el FMI, son ya claramente distantes de los principios democráticos occidentales (separación de poderes y una persona, un voto), los nuevos esquemas de coordinación informal pero efectiva de las cosas reproducen un sistema de toma de decisiones elitista, feudal y censitario.

Este tipo de gobernanza, aun siendo mejor que el caos de los mercados incontrolados y siendo preferible estar dentro que fuera, es inferior a un gobierno democrático, tanto desde el punto de vista moral como, también, de la eficacia. La crisis del automóvil, por ejemplo, tiene causas y efectos mundiales, pero estamos intentando buscar soluciones parciales desde cada uno de los países por separado, pues los mercados son globales pero los estados no.

El resultado de este método de coordinación en forma de un club que tiene reservado el derecho de admisión podrá ser positivo desde el punto de vista de la gestión técnica de las cosas, pero deficiente, necesariamente, desde la gestión política, de política democrática, de la misma.

Por tanto, si teníamos el problema de una globalización económica no sometida a reglas y controles, se suma ahora un profundo déficit democrático en el gobierno de esta crisis mundial y, si me apuran, grandes deficiencias, también, en su gobernanza que, como hemos visto, es algo distinto.

En democracia, la forma es parte consustancial del fondo. Cómo hacer las cosas define al sistema democrático mucho más que las cosas que se hacen. El procedimiento mediante el cual se aprueban las políticas es tan importante como el contenido material de éstas. Porque la clave del asunto radica, precisamente, en asumir y dejar constancia permanente de dos cosas fundamentales: nadie tiene por sí solo toda la verdad y los seres humanos somos capaces de discutir y alcanzar acuerdos razonados.

En política democrática no hablamos de cuestiones técnicas que deban decidir los expertos a espaldas de los ciudadanos, sino de decisiones que impactan en las condiciones de vida y en las creencias de muchos. Por eso hay que informar, debatir, consultar con la gente, hacer pedagogía, intentar convencerla con argumentos a favor de un determinado curso de acción. De otro modo, se debilita el valor supremo de la democracia como el mejor procedimiento para resolver conflictos con gran repercusión social.

No aminora este problema el hecho de que la mayoría de miembros asistentes al club de los poderosos sean democracias que tendrán que pasar por sus parlamentos una parte importante de las decisiones acordadas allí. Y no lo hace porque en las últimas décadas da la impresión de que no sólo no hemos sido capaces de democratizar la gobernanza mundial, sino que estamos trasladando parte de los defectos de ésta a la manera nacional de gobernar -incluso en países democráticos- mediante dos fenómenos que debilitan la esencia misma de la democracia.

En primer lugar, la sustitución de la critica a las políticas por la descalificación de los políticos.En segundo lugar, la personalización excesiva en líderes, más o menos carismáticos y televisivos, en quienes depositamos toda la confianza y el poder, eludiendo nuestras responsabilidades ciudadanas con la res publica, incluso en la faceta de control adecuado.

Estos dos hechos, aplicados al ámbito de la gestión nacional de la crisis económica, se traducen en que apenas hay debate en torno a propuestas alternativas, a la vez que se desanima la participación pública en la búsqueda de soluciones. Así, las medidas adoptadas por los gobiernos, sea en el ámbito nacional o mediante la coordinación intergubernamental, son iniciativas unilaterales que surgen de ellos mismos y que no han sido discutidas previamente con publicidad y participación de colectivos, con lo que se desincentiva la corresponsabilidad pública.

Una crisis económica de esta magnitud no es una cuestión que deba resolverse de espaldas a la gente. Las medidas a adoptar son política de alto nivel, porque buscan repartir socialmente los esfuerzos, sacrificios y recompensas, abriendo opciones de futuro entre las que la sociedad debe elegir. Pero, en lugar de movilizar la energía colectiva llamando al debate público, a la participación social, al pacto político, dejamos el protagonismo exclusivo en manos de los gobiernos que, a menudo, como en Francia, menosprecian el significado de las protestas sociales que van creciendo conforme se agudiza la crisis.

No he sido capaz de encontrar las razones por las que el paquete de ayuda aprobado por la administración de Obama no ha contado más que con tres votos republicanos cuando se parece más a las soluciones ofrecidas por Bush que a las primeras propuestas demócratas.Sólo hay una: que las peleas entre partidos les ha parecido a éstos más importantes que el futuro de su país, siguiendo un esquema maniqueo según el cual uno tiene todas las virtudes y su adversario, todos los defectos.

El resultado es que, ni a escala internacional ni nacional, las medidas de lucha contra la crisis y a favor de un nuevo orden económico están sirviendo para reforzar y profundizar en una democracia participativa, sino más bien, todo lo contrario. Con ello, nos debilitamos todos. Es un error, espero que de método y no de concepción.

www.elmundo.es

Secretos / Antonio Orejudo

Cuando el aparato financiero del partido sea condenado en firme, el PP seguirá sosteniendo su nueva teoría de la persecución. Lo hizo el PSOE, lo hacen ahora los populares y mañana volverá a hacerlo alguno de los dos ante la mirada resignada y dócil de la ciudadanía.

Llámame lo que quieras, pero estoy harto de los partidos políticos. Urge una regeneración democrática que limite su papel. Hubo un tiempo en que fueron el único cauce de acción política. Hoy su implantación en la sociedad real es inexistente. Y como la Iglesia católica, siguen aferrándose a sus privilegios económicos.

Convertidos en empresas, en lobbies financiados con dinero público, los partidos políticos son en buena parte responsables de la corrupción moral, de la porquería que nuestra joven democracia ha ido acumulando bajo la alfombra. Y lo peor de todo es que este perverso sistema, basado en el poder omnímodo de los partidos, está blindado. En sus manos, y sólo en sus manos, está la sanación de ese cáncer que se llama ‘financiación’.

Echo en falta ese periodismo de investigación que ponga negro sobre blanco lo que es un secreto a voces: con los ingresos oficiales es imposible que un partido político pueda mantener tantos paniaguados y costear dos campañas electorales simultáneas más otra que viene en camino. Y, claro, ninguno de ellos reformará una ley que los beneficia para limitar sus ingresos, para que sus cuentas sean más claras o para reducir las campañas electorales a unas cuantas apariciones gratuitas en la televisión pública.

Si los partidos son el corazón del sistema, la corrupción económica, que salpicó al PSOE, que ahora salpica al PP y que volverá a ser noticia en unos años, no es una excrecencia episódica: es la secreción natural de nuestra democracia.
www.publico.es

Los trabajadores de la Comunidad Valenciana realizan 1,7 millones de horas extraordinarias en tres meses

VALENCIA.- Los trabajadores de la Comunidad Valenciana realizaron en el cuarto trimestre de 2008 un total de 1,7 millones de horas extraordinarias, según datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración.

Según estos datos, la Comunidad Valenciana fue la tercera autonomía en número de horas extraordinarias, superada por Cataluña, con 3,37 millones de horas, y Madrid, con 2,19 millones de horas. A continuación se situó Andalucía, con 1,4 millones de horas extraordinarias

Ésta última autonomía también fue una de las comunidades con menos horas no trabajadas por vacaciones, con 37,9 horas no trabajadas por empleado durante el cuarto trimestre del año. Sólo contabilizaron menos horas de vacaciones las comunidades de Canarias (37,3 horas), Murcia (37,1) y Madrid.

El Gobierno usará todas las armas contra las crisis de cajas y bancos

MADRID.- "El Gobierno está llamando a los bancos, a través de los responsables del Banco de España, para advertirles de que puede entrar en su capital. Si no hay crisis, ¿para qué quieren entrar en las entidades, para reforzarlas o para mangonearlas?", acusa sin sutilezas ni matices Cristóbal Montoro, portavoz de Economía del PP, según publica hoy 'El País'.

Responsables de algunas entidades financieras consideran que Montoro, con estas declaraciones públicas, quería pinchar un proyecto que impulsó una parte del Gobierno. En concreto, todos apuntan al ministro de Industria, Miguel Sebastián. Según fuentes populares, que corroboran otras de la banca, Sebastián es partidario de seguir el modelo de Sarkozy, que ha inyectado capital público, de forma obligatoria, a todas las entidades francesas, según su tamaño. Los bancos y las grandes cajas se oponen radicalmente a esta medida.

Están convencidos que tras ella llegará el control estatal sobre la concesión de créditos. Sería como entrar en la cocina de las entidades y decidir el riesgo que se asume. La banca no olvida aquella frase de Sebastián: "Se nos acaba la paciencia con los bancos", tras acusarles de cerrar el grifo de los créditos.

Sin embargo, el Ministerio de Economía, dirigido por Pedro Solbes, afirma que es falso que se vaya a implantar capital público de forma obligada a todo el sector. "El plan es utilizar, en primer lugar, los Fondos de Garantía de Depósitos (FGD). Además, se pueden recapitalizar entidades con dinero público, sin olvidar las fusiones bajo la intervención y el control del Banco de España", comentan fuentes de Economía.

Es decir, se utilizará toda la artillería disponible contra las crisis que atraviesen las entidades financieras. El que se use una u otra arma "dependerá de cada caso" y de la situación general. El ministerio transmite tranquilidad: "En España no hay una crisis general del sistema financiero, como ocurre en otros países". No obstante, el propio vicepresidente del Gobierno advirtió, el lunes pasado, que el Gobierno "está preparado para intervenir", en referencia al sistema financiero español.

Las perspectivas oficiales (y sobre todo las no oficiales) hablan de un aumento del paro y de una caída del mercado inmobiliario que se traducirá, sin duda, en una angustiosa escalada de la morosidad. La relación es directa: cuantos más impagados hay, se necesitan más provisiones, lo que reduce los beneficios. Cuando las provisiones no son suficientes, las entidades entran en pérdidas y los morosos se comen el capital. Aquí es cuando empiezan los problemas de solvencia y llegan las intervenciones del Banco de España, como ocurrió con Banesto.

Las entidades financieras no pueden abrir la persiana si no tienen un nivel de capital del 8%. Antes de traspasar esa línea roja, el supervisor les pide un plan de viabilidad. Si éste no es convincente, el Banco de España las mete en la UVI para buscar una solución. Ese camino ya lo ha recorrido Caja Castilla-La Mancha, que negocia su fusión con Unicaja.

Salvo este caso, el resto del sector parece que aguanta, tras casi 20 meses de crisis, con más o menos goteras. Pero la clave es el factor tiempo. "No hay duda de que la banca española es solvente, pero si la crisis dura demasiado puede haber entidades más frágiles", ha reconocido con realismo Solbes.

El nivel de impagados todavía es bajo, cercano al 4%, pero crece a toda velocidad. Además, el incremento no va a ser homogéneo: habrá grandes diferencias en función del crédito inmobiliario. En algunos casos, como Caixa Catalunya, Caja Madrid o Caja Castilla-La Mancha, los créditos malos ya representan alrededor del 5% del total, con posibilidades de alcanzar el 9% este año. En otros, como el Santander, BBVA, Popular o La Caixa, las cifras de morosos están por debajo del 3% y podrían no cruzar el umbral del 4% este año.

En su comparecencia en el Congreso, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, abrió la puerta a posibles recapitalizaciones y sostuvo que el FGD puede desempeñar un papel "importante" para sanear entidades.

Sin embargo, el Fondo suma apenas 7.500 millones de euros y puede quedarse corto, sobre todo si quiebran entidades de tamaño medio. Las ayudas no saldrán gratis. Cuando se recapitalice una entidad, el Gobierno exigirá que se saneen los activos malos. Y cuando haya fusiones, la entidad resultante deberá tener la solvencia necesaria.

¿Qué pasará con los ejecutivos? Economía quita hierro a esa cuestión. "En Banesto había irregularidades que acabaron en un juicio, pero si no existen esos problemas, no hay por qué echar a los gestores". El sector discrepa abiertamente.

"Si los malos gestores siguen en su puesto tras recibir ayuda del Gobierno, podrían perjudicar a las demás entidades". Ponen el ejemplo de una entidad zombi que, tras una inyección de capital, ofrezca grandes remuneraciones por los depósitos y créditos a bajo precio. "Eso debilitaría a los competidores sanos, provocaría un efecto dominó".

Intervención o algo más

Ésta ha sido la semana de los debates semánticos en el mundo financiero. Abrió el fuego el presidente del BBVA, Francisco González, al afirmar que la mejor opción para salvar una entidad con problemas de solvencia "es la intervención y el saneamiento por el Fondo de Garantía de Depósitos, seguida de la vuelta al sector privado". Al poco tiempo, aclaró que él no era partidario de la nacionalización. "Que quede claro que no se deben nacionalizar las entidades", añadió. Pedro Solbes, vicepresidente del Gobierno, también rechazó las nacionalizaciones, aunque apoya las recapitalizaciones con dinero público.

¿Qué diferencia hay entre una intervención con capital público y una nacionalización? En el BBVA aclaran que se interviene cuando el Estado entra, gestiona y sale al poco tiempo del capital. Si se queda, esa intervención se convierte en nacionalización. En Economía ponen el ejemplo de Banesto, "que no fue considerado una nacionalización", pese a que contó con recursos públicos. Esta quiebra costó al final de todo el proceso 1.157 millones, la mitad a costa del Fondo de Garantía (que sufragan los clientes de los bancos) y la otra mitad a cargo del Banco de España.

Algunos ejecutivos del mercado critican a las grandes entidades "que piden que el Estado sanee a los bancos o cajas con problemas para luego comprarlos a bajo precio". El Santander, por ejemplo, hizo grandes plusvalías con Banesto. "Las crisis son tiempos de oportunidades", dicen los primeros ejecutivos de la banca española. ¿Quién las podrá aprovechar?

Según la lista de clasificaciones de riesgo de la agencia Fitch, en principio, los fuertes son los situados al comienzo de la lista, frente a los del final, a los que les ha cogido la crisis en una situación de más debilidad. Caja Castilla-La Mancha cierra la lista.