“Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir,
sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”
Alvin Toffler
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno que,
aunque es menos visible que el analfabetismo absoluto, tiene profundas
consecuencias para los individuos y la sociedad. El analfabetismo
funcional podría definirse por la capacidad de saber leer y escribir,
sin poder comprender o interpretar adecuadamente lo que se lee y se
escribe.
Pues bien, en un mundo donde la información y el conocimiento
están, supuestamente, al alcance de la mano de cualquiera, esta
incapacidad para procesar y reflexionar sobre los textos podría
convertir el juicio de los ciudadanos en algo endeble, susceptible de
manipulación.
En ese sentido, José Saramago, reconocido escritor, Premio
Nobel de Literatura, abordó este problema en la sociedad moderna,
destacando cómo el simple hecho de saber leer no significa tener una
comprensión profunda.
Para Saramago, esta falta de comprensión se
convierte en un obstáculo para el desarrollo de la democracia puesto que
afecta directamente a una ciudadanía, cada vez más inactiva e
inconsciente del panorama político en el que está inmersa.
En sus
propias palabras, aludió a la existencia de “analfabetos que saben
leer”, un término que resuena hoy más que nunca en un contexto mundial
donde la manipulación informativa y la desinformación intencional están a
la orden del día moldeando conciencias cada vez más abúlicas.
Pues bien
amigos, lo que hoy queremos intentar junto a ustedes es explorar el
problema precitado, no sólo desde una perspectiva analítica y educativa,
sino también como un obstáculo para el desarrollo de una sociedad
políticamente consciente y capaz de ejercer una democracia real.
Para que podamos comprender la magnitud del analfabetismo funcional,
es esencial que revisemos algunas estadísticas recientes: a nivel
global, el problema afecta a millones de personas, y aunque los números
varían por país y región, los datos son alarmantes.
De acuerdo con la
UNESCO, cerca de 773 millones de adultos en el mundo, todavía carecen de
habilidades básicas de lectura y escritura, y mucho más son
considerados analfabetos funcionales, es decir, pueden seguir la lectura
en textos simples, pero no comprenden plenamente el sentido de los
mismos.
En Hispanoamérica, los datos también son preocupantes: según el
informe de la “Encuesta Nacional de Lectura y Escritura”, elaborado por
el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), un alto
porcentaje de los estudiantes de Nivel Secundario no es capaz de
comprender textos de nivel de dificultad “medio”.
De igual manera, el
estudio PISA (Programme for International Student Assessment) del año
2018 reveló que más del 50% de los estudiantes de 15 años de edad en los
países hispanoamericanos evaluados tienen dificultades significativas
para comprender textos complejos, un indicador de analfabetismo
funcional a nivel estudiantil que con frecuencia se traslada a la vida
adulta.
Además, algunos datos del Banco Mundial sugieren que este tipo
de analfabetismo repercute en múltiples aspectos del desarrollo social y
económico, puesto que las personas que no comprenden completamente lo
que leen tienden a tener menos acceso a oportunidades de empleo, como
también un menos compromiso cívico y social, y una mayor vulnerabilidad a
la manipulación mediática.
Estas cifras y conclusiones subrayan que el
analfabetismo funcional no es solamente un problema individual, sino un
desafío colectivo que afecta la capacidad de los ciudadanos para
participar activa y coherentemente en la sociedad y en la toma de
decisiones.
A la luz de lo precedentemente expresado, es preciso que analicemos
las consecuencias sociales y políticas del analfabetismo funcional
porque tiene un profundo impacto en la vida social y en la política de
cualquier comunidad.
Como bien señalaba José Saramago, cuando las
personas no pueden comprender el contenido de lo que están leyendo, se
vuelven susceptibles a la manipulación y al engaño.
Esto es
especialmente preocupante en el ámbito político, ya que un pueblo que no
comprende cabalmente lo que lee carece de la capacidad de tomar
decisiones informadas, de evaluar críticamente a sus líderes y de
comprender las complejidades de los asuntos públicos que los afectan.
“Nosotros hemos creado una especie de
analfabetismo de vuelta. Hoy tenemos personas que saben leer pero no
entienden lo que leen. Ese es un analfabetismo peligroso, porque tienen
la ilusión de saber, cuando en realidad no saben nada.” Saramago, J.
(2007).
Entrevista con Jesús Quintero en "El Loco de la Colina". RTVE.
En este sentido, el filósofo y pedagogo brasilero Paulo Freire en su
obra “Pedagogía del oprimido”, analizó cómo la falta de educación
crítica y reflexiva perpetúa sistemas de opresión vigentes, es decir,
que si una persona que no ha desarrollado la capacidad de interpretar y
cuestionar los textos que lee está en desventaja para comprender la
realidad política y social en la que vive.
La educación, según él, debe
ser un acto de libertad, y sólo mediante una alfabetización crítica es
posible que los ciudadanos se empoderen para transformar su entorno y
ejercer sus derechos cívicos.
En otras palabras, queridos lectores, lo
ideal sería que los cambios, las transformaciones e incluso las
revoluciones las lleven a cabo personas que no sean idiotas.
“La lectura del mundo precede a la
lectura de la palabra. En ese sentido, el analfabetismo funcional se
convierte en una herramienta de opresión; las personas que no pueden
interpretar lo que leen son fácilmente manipulables.”
Freire, P. (1970). “Pedagogía del oprimido”. Siglo XXI Editores.
Por su parte, Hannah Arendt reflexionó sobre la importancia de una
ciudadanía informada y educada en el marco de su análisis del
totalitarismo. Para ella, la ignorancia y la incapacidad de comprensión
hacen que los individuos sean más vulnerables a los regímenes
totalitarios y opresivos.
Un pueblo que no entiende los fundamentos de
sus propios derechos y obligaciones es menos probable que los defienda
activamente o que reclame ante alguna irregularidad.
Así, el
analfabetismo funcional representa un obstáculo para la democracia, ya
que limita la capacidad de las personas para poder tomar decisiones
correctas, participar activamente en el debate público sin agredir y
cuestionar a las autoridades cuando éstas no estén cumpliendo con sus
obligaciones correspondientes.
La verdadera impotencia radica en la
ignorancia, en la imposibilidad de pensar críticamente. En sociedades
sin educación cívica, las personas no ven ni entienden los signos de su
opresión.”
Arendt, H. (1951). “Los orígenes del totalitarismo”
También, la filósofa Martha Nussbaum ha destacado la importancia que
tiene la educación para el desarrollo de una ciudadanía empática y
responsable.
En su libro “Sin fines de lucro: por qué la democracia
necesita de las humanidades”, Nussbaum sostiene que una educación
orientada exclusivamente a la adquisición de habilidades técnicas, sin
promover el pensamiento crítico y la comprensión de textos complejos,
genera individuos que pueden ser altamente especializados, pero carentes
de una verdadera conciencia cívica.
Asimismo, argumenta que se debe
permitir a las personas desarrollar la empatía y el razonamiento
crítico, herramientas fundamentales para la vida en democracia y para
evitar el aislamiento intelectual y emocional.
“Una democracia que no fomenta en sus
ciudadanos la capacidad de pensar críticamente y de comprender lo que
leen, está destinada a fracasar. La educación en humanidades es, por
tanto, una condición necesaria para una ciudadanía informada.”
Nussbaum, M. C. (2010). “Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades”
Hasta aquí, creo que ha quedado claro cuál es el problema. Ahora
bien, es necesario que nos preguntemos ¿cómo fue que llegamos hasta
aquí? Hasta donde yo sé, los analfabetos funcionales no nacieron con esa
“incapacidad”, sino que fue fruto de una decadencia política, cultural,
educativa y moral que progresivamente fue licuando, poco a poco,
nuestra capacidad de pensar.
El crecimiento del analfabetismo funcional
en las últimas décadas puede atribuirse a diversos factores y, aunque
existen múltiples hipótesis, algunas de las causas más destacadas
incluyen, en primer lugar, las desigualdades en el acceso a una
educación de calidad, puesto que en muchos países, especialmente en
comunidades de bajos recursos, el sistema educativo enfrenta problemas
como la falta de financiamiento, infraestructura deficiente y escasez de
docentes capacitados: todo esto, da lugar a una enseñanza que se centra
en aprender mecánicamente a leer y escribir, sin fomentar ningún
desarrollo de habilidades críticas y de comprensión profunda.
En segundo lugar, los enfoques educativos decadentes y totalmente
desactualizados que revelan métodos de enseñanza centrados en la
memorización de datos, dejando de lado la interpretación de los mismos.
A
esto se refería Freire cuando hablaba de la “educación bancaria”, en la
cual los estudiantes son tratados como recipientes vacíos y pasivos:
este modelo no permite que los chicos interactúen con el contenido, lo
que lleva a una comprensión banal y superficial, dificultando su
capacidad para analizar textos complejos o desarrollar opiniones
informadas y bien argumentadas.
En tercer lugar, tenemos que volver a destacar la influencia de los
medios de comunicación y la cultura digital, en los que el consumo
masivo de información fragmentada de dudosa procedencia proyectada con
rapidez ha modificado radicalmente la manera en que las personas
interactuamos con el conocimiento mismo.
Los seres humanos ahora tienden
a leer titulares y a consumir información ya masticada y simplificada,
lo cual contribuye a la superficialidad en la comprensión y a la
reducción de la capacidad de análisis: este cambio de hábitos lectivos y
cognitivos afecta la profundidad de la lectura y contribuye al
crecimiento del analfabetismo funcional porque busca la inmediatez de la
imagen antes que la comprensión cabal de cualquier problema digno de
solución.
En cuarto lugar, tenemos que mencionar al nefasto desinterés y la
falta de estímulos en pos de aprender desde la infancia. Cuando los
niños no tienen acceso a libros o a espacios de discusión que fomenten
la interpretación y el análisis, es más probable que crezcan con escasas
habilidades de comprensión: es tan triste saber que la gran mayoría de
los hogares cuentan con más dispositivos móviles que libros.
En línea
con ello, los sistemas educativos en los que se descuida la literatura y
las humanidades, tal como señaló Nussbaum, limitan el desarrollo
integral y crítico de los estudiantes, convirtiendo a la educación en un
simple medio de transmisión de habilidades básicas, pero no de
construcción de ciudadanos pensantes.
En quinto y último lugar, también tenemos que considerar el impacto
de la globalización y la cultura del consumismo, que ha promovido una
mentalidad utilitaria de la educación, priorizando las habilidades
técnicas por sobre las humanísticas: este enfoque nos ha llevado a la
minimización de materias como filosofía y literatura en espacios
curriculares, promoviendo una formación orientada a la productividad
técnica en lugar de la comprensión.
Esta tendencia, además de limitar
severamente la capacidad crítica, ha reforzado el analfabetismo
funcional al reducir la enseñanza a lo estrictamente pragmático,
excluyendo temas que podrían inspirar una comprensión más profunda y
compleja de la sociedad.
Las causas precedentemente enunciadas, no sólo contribuyen al
analfabetismo funcional, sino que también dejan en evidencia una crisis
de valores y objetivos que los sistemas educativos actuales han decidido
abandonar sin tapujos.
En lugar de formar ciudadanos comprometidos y
pensantes, muchos de estos sistemas producen individuos con habilidades
precarias de lectura, pero sin la capacidad de cuestionar ni de
participar enérgicamente en la sociedad en la que viven.
Este contexto
patético nos lleva a cuestionar qué tipo de educación es la que queremos
para las futuras generaciones, y a intentar pensar sobre las reformas
necesarias para revertir esta preocupante tendencia que no ha hecho otra
cosa que generar zombies con titulaciones.
Dicho esto, queda claro que combatir el analfabetismo funcional es,
en última instancia, una tarea de empoderamiento y emancipación, ya que
al proporcionar herramientas que permitan a los individuos interpretar
el mundo que los rodea, no solo mejoramos sus oportunidades personales,
sino que fortalecemos el tejido social y fomentamos una cultura
democrática más sólida y consciente.
Lejos de hacernos los indignados
para la foto, es hora de reconocer el papel fundamental de una educación
que enseñe a pensar de verdad, no a repetir como loritos contenidos que
en breve se olvidan, puesto que eso exige el desarrollo de una
ciudadanía libre, empática y capaz de hacerse cargo de la realidad que
construye a diario y que merece ser radicalmente transformada para
abandonar el actual paradigma de la reproducción sistemática de esclavos
funcionales.
(*) Filósofo, profesor y escritor