La ciencia de la Economía, especialmente en su vertiente macroeconómica, es un prodigio de ilusionismo. Ha tenido que reventar la Bolsa para que, aunque casi inmediatamente haya vuelto a subir, se comience a hablar de crisis. Lo bursátil, sobre todo si va unido a Wall Street, es, económicamente, sinónimo de que las cosas van mal a nivel planetario. Aunque eso no tenga que ver para nada con la realidad de, por ejemplo, China o India. Más aún, se habla de que Estados Unidos puede entrar en recesión mientras que España va como un tiro en el crecimiento de su PIB. Pero, ¿acaso un café no es ahora muchísimo más caro que hace siete años?
Porque, lejos de los datos del IPC y de la palabrería vacua e ininteligible de las páginas económicas de los periódicos, sólo hay un dato cierto: lo que antes costaba alrededor de cien pesetas, veinte duros, hoy cuesta más de un euro. Más aún, si antes las subidas de las cosas baratas se medían en cinco pesetas, en duros, ahora se miden en diez céntimos de euro, tres veces más. Apenas manejamos monedas de uno, dos o cinco céntimos. Y, sin embargo, sólo ahora el IPC dice que estamos en periodo de alta inflación. Absolutamente nadie puede creérselo cuando sale a la calle y va al cine, a cenar o, simplemente, a tomarse unas copas.
Las diez mil pesetas de antaño son hoy cien euros, por mucho que diga la macroeconomía. Quizás los coches no sean ahora mucho más caros que hace diez años, pero los pisos y la gasolina, infinitamente más. En seis años, casi me cuesta el doble llenar el depósito de combustible. Claro que las cosas a menudo tienen una explicación sencilla. Hace dos años se sacó del IPC el precio de la carne de vacuno... ¡para incluir los precios de las operaciones de estética! Manda huevos, como dicen los nuevos clásicos.
Lo peor es que ahora la inflación presunta, la de las cifras macroeconómicas, se sitúa por encima del 4%, y algunos convenios colectivos obligan a que se revisen los salarios. Pero eso ocurre muchos años después de la entrada del euro y de los famosos ajustes que, digan lo que digan, han restado al españolito medio una enormidad en su capacidad adquisitiva. Hoy tenemos menos dinero, y por eso nos endeudamos más.
Sin embargo, las cifras que maneja José Luis Rodríguez Zapatero nos dicen lo contrario. Ante la bajada de la Bolsa, nuestro presidente del Gobierno nos asegura que tenemos una economía estable y fuerte, y que la crisis de Estados Unidos no nos va a afectar. No obstante, es evidente que el sector de la construcción está en declive, que gran cantidad de oficinas inmobiliarias están cerrando en todos los pueblos de España, que muchos albañiles se están quedando sin trabajo y que, consiguientemente, el índice de desempleo comienza a subir preocupantemente. Aquí, ni la macro consigue tapar lo perceptible.
Por otro lado, las cifras oficiales de inflación se unen a las reales que nos atosigan desde la llegada del euro y actualmente todo resulta terriblemente caro, Incluidas cosas tan necesarias como el pan, el pollo o la leche. Pero da igual, porque nuestra economía crece y es fuerte. Pero, ¿acaso un antiguo sueldo de doscientas mil pesetas no es actualmente un salario de “mileurista”? Y con mil y pico euros mensuales es difícilmente sobrevivir al día a día.
Afortunadamente, en España no tenemos esas “hipotecas basura” que están sacudiendo de lo lindo a Estados Unidos. Sin embargo, las cifras españolas de endeudamiento familiar y personal son de las más altas del mundo. El FMI, Bruselas, el BCE, la MQOSP... todos nos advierten repetidamente del riesgo que supone esta situación. Casi todos los españoles, ya sea mediante hipotecas, tarjetas o préstamos, debemos dinero a los bancos. Aunque crezca lo macroeconómico, existe un alto índice de precariedad en el mercado laboral y los salarios no son propios de un país que dice aspirar al G-8.
A todo esto se une nuestra perenne situación de inseguridad jurídica que facilita el fraude mercantil, el dinero negro, la explotación injusta de ilegales, la proliferación de sociedades oscuras, el abuso de poder de las grandes empresas, la indefensión del contribuyente... y uno, desde su escepticismo ante las ciencias empíricas, sospecha que es algo más vulnerable a los bandazos de la situación económica de lo que nos vienen diciendo desde arriba.
No es que uno dude de la fortaleza de España y de su bonanza macroeconómica. Más bien es que uno tiene miedo de su propia fragilidad monetaria y no las tiene todas consigo cuando suenan sirenas de alarma. No sé lo que harán en La Moncloa o en el Banco de España, pero los contribuyentes, aparte de tener que pagar a Hacienda, debemos pagar religiosamente a los muy dichosos bancos. Vaya España bien o como el...
Porque, lejos de los datos del IPC y de la palabrería vacua e ininteligible de las páginas económicas de los periódicos, sólo hay un dato cierto: lo que antes costaba alrededor de cien pesetas, veinte duros, hoy cuesta más de un euro. Más aún, si antes las subidas de las cosas baratas se medían en cinco pesetas, en duros, ahora se miden en diez céntimos de euro, tres veces más. Apenas manejamos monedas de uno, dos o cinco céntimos. Y, sin embargo, sólo ahora el IPC dice que estamos en periodo de alta inflación. Absolutamente nadie puede creérselo cuando sale a la calle y va al cine, a cenar o, simplemente, a tomarse unas copas.
Las diez mil pesetas de antaño son hoy cien euros, por mucho que diga la macroeconomía. Quizás los coches no sean ahora mucho más caros que hace diez años, pero los pisos y la gasolina, infinitamente más. En seis años, casi me cuesta el doble llenar el depósito de combustible. Claro que las cosas a menudo tienen una explicación sencilla. Hace dos años se sacó del IPC el precio de la carne de vacuno... ¡para incluir los precios de las operaciones de estética! Manda huevos, como dicen los nuevos clásicos.
Lo peor es que ahora la inflación presunta, la de las cifras macroeconómicas, se sitúa por encima del 4%, y algunos convenios colectivos obligan a que se revisen los salarios. Pero eso ocurre muchos años después de la entrada del euro y de los famosos ajustes que, digan lo que digan, han restado al españolito medio una enormidad en su capacidad adquisitiva. Hoy tenemos menos dinero, y por eso nos endeudamos más.
Sin embargo, las cifras que maneja José Luis Rodríguez Zapatero nos dicen lo contrario. Ante la bajada de la Bolsa, nuestro presidente del Gobierno nos asegura que tenemos una economía estable y fuerte, y que la crisis de Estados Unidos no nos va a afectar. No obstante, es evidente que el sector de la construcción está en declive, que gran cantidad de oficinas inmobiliarias están cerrando en todos los pueblos de España, que muchos albañiles se están quedando sin trabajo y que, consiguientemente, el índice de desempleo comienza a subir preocupantemente. Aquí, ni la macro consigue tapar lo perceptible.
Por otro lado, las cifras oficiales de inflación se unen a las reales que nos atosigan desde la llegada del euro y actualmente todo resulta terriblemente caro, Incluidas cosas tan necesarias como el pan, el pollo o la leche. Pero da igual, porque nuestra economía crece y es fuerte. Pero, ¿acaso un antiguo sueldo de doscientas mil pesetas no es actualmente un salario de “mileurista”? Y con mil y pico euros mensuales es difícilmente sobrevivir al día a día.
Afortunadamente, en España no tenemos esas “hipotecas basura” que están sacudiendo de lo lindo a Estados Unidos. Sin embargo, las cifras españolas de endeudamiento familiar y personal son de las más altas del mundo. El FMI, Bruselas, el BCE, la MQOSP... todos nos advierten repetidamente del riesgo que supone esta situación. Casi todos los españoles, ya sea mediante hipotecas, tarjetas o préstamos, debemos dinero a los bancos. Aunque crezca lo macroeconómico, existe un alto índice de precariedad en el mercado laboral y los salarios no son propios de un país que dice aspirar al G-8.
A todo esto se une nuestra perenne situación de inseguridad jurídica que facilita el fraude mercantil, el dinero negro, la explotación injusta de ilegales, la proliferación de sociedades oscuras, el abuso de poder de las grandes empresas, la indefensión del contribuyente... y uno, desde su escepticismo ante las ciencias empíricas, sospecha que es algo más vulnerable a los bandazos de la situación económica de lo que nos vienen diciendo desde arriba.
No es que uno dude de la fortaleza de España y de su bonanza macroeconómica. Más bien es que uno tiene miedo de su propia fragilidad monetaria y no las tiene todas consigo cuando suenan sirenas de alarma. No sé lo que harán en La Moncloa o en el Banco de España, pero los contribuyentes, aparte de tener que pagar a Hacienda, debemos pagar religiosamente a los muy dichosos bancos. Vaya España bien o como el...
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