domingo, 23 de noviembre de 2008

Por favor, no refunden el capitalismo / Jordi Sevilla

Visto el cariz que están adoptando los acontecimientos después de la cumbre en Washington del G20+ZP, casi que prefiero que no refunden el capitalismo. Empezamos por reconocer el gran fallo del sistema que ha llevado a una de las mayores crisis financieras internacionales de la historia y ahora, poco a poco, a partir de dos intervenciones públicas de Bush en defensa del mercado, vuelve el discurso neoliberal según el cuál, en realidad, lo ocurrido ha sido por culpa de los gobiernos y su incapacidad para controlar a los banqueros ávidos de sobresueldos.

Recordemos lo obvio: el mercado es un sistema de asignación de recursos económicos que, en determinadas condiciones, es más eficiente que ningún otro. A partir de aquí, se plantean dos problemas: ¿qué pasa cuando no se dan las condiciones ideales establecidas en el modelo? Y, sobre todo, ¿qué pasa cuando el resultado, incluso siendo óptimo en términos de eficiencia, no resulta satisfactorio en términos de empleo, bienestar o justicia social?, objetivos estos que no persigue el mercado, pero a los que si suele aspirar la sociedad en su conjunto.

El capitalismo, por su parte, es un sistema económico que, a partir de la propiedad privada de los medios de producción y del uso del mercado como herramienta más frecuente, busca maximizar los beneficios y el poder social de los propietarios, dentro de las leyes. A lo largo de su historia, el capitalismo ha sido compatible con mecanismos de asignación de recursos distintos del mercado (autarquía, proteccionismo, monopolios, etcétera), así como con sistemas políticos alejados de los derechos humanos y de la democracia (franquismo, pinochetismo...).

Tenemos, por tanto, tres fuerzas en tensión que modifican de manera determinante tanto al capitalismo como al mercado. La primera, asegurar la eficiencia cuando no se dan las condiciones establecidas por el modelo del mercado. De ahí derivan una buena parte de las normas y controles impuestos desde fuera que ayudan a mejorar su funcionamiento y que deben ajustarse y modificarse según la experiencia y los cambios que se produzcan, por ejemplo, con la globalización.

Las otras dos fuerzas tienen que ver con aspiraciones colectivas que no encuentran su satisfacción ni en el mercado ni con el capitalismo puro. Si queremos que los niños vayan a la escuela en vez de a las fábricas, que haya permisos de maternidad, derechos laborales, negociación colectiva o garantías sanitarias para toda la población, hace falta una intervención desde fuera de la lógica del mercado y del capitalismo para asegurarlo. Y cada uno de esos cambios sociales experimentados en los últimos 200 años de nuestra historia y de los que nos sentimos orgullosos todos, se ha logrado contra los defensores, en cada momento, del mercado y del capitalismo.

La sociedad, por medio de la acción política democrática del Estado, ha sido capaz, afortunadamente, de corregir, complementar, enmarcar, modificar y transformar al mercado y al capitalismo hasta conseguir lo que tenemos hoy.Pero la tensión ha existido y existe entre la lógica económica del beneficio capitalista (que requiere manos libres y predominio de los fuertes) y la lógica social que, mediante la política, impone la democracia, la protección de los más débiles, el reequilibrio de renta y riqueza o la igualdad de oportunidades.

El capitalismo ha relanzado el potencial económico de la humanidad, liberando fuerzas productivas y creativas de gran envergadura.Ha mostrado, también, una gran capacidad adaptativa, aprovechando las sinergias que se establecen con la intervención del Estado que no tiene con el mercado capitalista una relación en la que uno crece a costa del otro, sino más bien una en la que ambos pueden hacerlo. Ha desarrollado también una capacidad expansiva mercantilizándolo casi todo, hasta a sus críticos más radicales como el Che Guevara.

Pero la historia demuestra que dejado a su libre albedrío, y persiguiendo su propio interés, ni el mercado es eficiente, ni el capitalismo es sostenible dada su propensión a las crisis recurrentes y a la depredación de su hábitat social o ambiental. El cortoplacismo de las actuaciones regidas por los principios puros del mercado y del capitalismo los acaban haciendo inviables a medio y largo plazo. En eso, Marx, don Carlos, tal vez tuviera razón.

Por eso hizo falta, ya tras la crisis de los años 30 del siglo pasado, transformar el modelo del capitalismo de mercado puro con elementos correctores desde el Estado que mejorasen sus fallos y corrigiesen sus actuaciones menos aceptables socialmente.

El New Deal, que dio paso en Europa al Estado del Bienestar, no fue una refundación del capitalismo, sino una profunda transformación (reforma) del mismo efectuada desde la hegemonía de una lógica social y política que se impuso ante el fracaso de la pura lógica económica del mercado teórico y del viejo capitalismo. Fracaso que tuvo mucho que ver con el triunfo bolchevique en Rusia, pero también con el auge del nazismo y del fascismo.

Poner, de nuevo, límites, devolviendo a cada faceta de la sociedad su lógica específica y jerarquizándolas en beneficio colectivo, es la tarea de ahora, cuando estamos viviendo otro fracaso del mercado y del capitalismo, renacidos de la mano de Reagan y Thatcher.Fracaso equiparable a lo ocurrido entonces -aunque en un contexto muy distinto- que incorpora el efecto devastador sobre el planeta del desarrollo capitalista ilimitado.

El objetivo hoy no debe de ser refundar el capitalismo, sino volver a cambiarlo, a reformarlo, a hacerlo distinto. Aprendiendo que también existen los fallos del Estado, pero haciendo prevalecer de nuevo la lógica colectiva de lo público a través de la política democrática. No refundar el capitalismo, sino interpretarlo para volver a transformarlo.

Y para ello necesitamos políticos que no lleven la trinchera portátil encima. Políticos que, como Obama, propugnen la transversalidad y, en todo caso, la refundación del gran pacto social y político que a mediados del siglo pasado hizo posible aunar crecimiento económico, redistribución de renta y oportunidades con fortalecimiento de la convivencia democrática. En verdad, lo que hay que refundar es la socialdemocracia.

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