Este ‘ethos’ hegemónico de la democracia es por vocación progresista: de ahí que beneficie a los partidos del negociado de izquierdas, que pueden lanzarse jubilosos a la conquista de nuevos derechos y nuevos orificios; a la vez que convierte en rezagados vergonzantes a los partidos conservadores, que para mantenerse en liza acaban ‘conservando’ los avances progresistas.
Por fundarse en una visión cambiante de la naturaleza humana, este ‘ethos’ democrático es inevitablemente ‘movilista’ o hegeliano. Todo lo que existe deviene, se halla en constante fase de mutación, como le ocurría al Fausto de Goethe, que necesitaba saborear una sucesión infinita de experiencias, deseando primero una para luego desear otra, sin descansar nunca.
Así, por ejemplo, hace cuarenta años se calificaba de ‘extrema derecha’ a quien defendía la dictadura como forma de gobierno; hace veinte años, a quien se oponía al aborto; hoy se considera de ‘extrema derecha’ a quien se atreve a discutir el cambio climático o el transgenerismo; y dentro de veinte años se considerará de ‘extrema derecha’ a quien albergue la insensata idea de formar una familia o tener una casa en propiedad o comer un filete.
Por supuesto, puesto que el ‘ethos’ democrático es ‘movilista’ puede modular la velocidad de sus progresos, o incluso introducir rectificaciones en circunstancias traumáticas y si lo exige su supervivencia, amnistiando a quienes en el pasado consideraba ‘extrema derecha’, como por ejemplo hace ahora con los prosélitos de Stepán Bandera, convertidos por arte de birlibirloque en paladines de la democracia.
La derecha, para evitar ser tildada de ‘extrema’, tiene que correr detrás del progresismo móvil, como Aquiles corre detrás de la tortuga en la paradoja de Zenón de Elea, sabiendo que nunca lo alcanzará del todo, pero aspirando al menos a ir recogiendo con un badil sus cagarrutas, que se come religiosamente y luego regurgita en versión atenuada.
Si alguna rara vez la derecha se atreve a confrontarse con el ‘ethos’ progresista hegemónico, aunque sólo sea de forma tímida, el progresismo puede ser mefistofélicamente condescendiente con esta actitud, siempre que sirva para dividir a la derecha; pero cuando percibe que puede hacerla más fuerte, alcanzando incluso un pacto como ahora ha ocurrido en Castilla y León, de inmediato aplica la dialéctica amigos-enemigos que propugnaba Carl Schmitt, activando todas las alertas contra el ascenso de la ‘extrema derecha’, que en cada momento será lo que al progresismo le pete. ‘That’s all, folks’.
(*) Escritor
https://www.abc.es/opinion/abci-juan-manuel-prada-delimitando-extrema-derecha-202203132341_noticia.html
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