Un año llevo exigiendo la dimisión de Mazón, y llega tan tarde que, a
estas alturas de la película, ya no significa nada: ni arrepentimiento,
ni asunción de responsabilidades, ni rectificación. Sólo es un hombre
que, forzado por los insultos recibidos en un funeral de Estado,
acorralado por la opinión pública y por la opinión publicada, acorralado
también por el sanchismo, ha llegado al final de una huida hacia
adelante. Punto.
Pero no piensen ustedes que este señor es el
único responsable de la catastrófica gestión en los momentos cruciales
de la DANA. En décadas, por no estropear el hábitat de la cucaracha
malaya, nadie había limpiado el cauce de los arroyos. Nadie había
ejecutado, tampoco, las obras necesarias para contener futuras
avalanchas desde el Barranco del Poyo, pues no hay nada tan
chiripitifláutico como dejar que la Naturaleza siga su curso sin
intervención humana. Falló también la predicción meteorológica de AEMET.
Fallaron los avisos de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Mazón
comía tranquilamente en El Ventorro con una famosa periodista, y luego
se marchó a no sé dónde, no se sabe bien con quién ni tampoco para qué.
La consejera autonómica responsable de las emergencias valencianas no
tenía ni puta idea de cómo se activaban los avisos de emergencias. El
ministro del Interior, con la excusa de que el inútil de Mazón no lo
había solicitado, no asumió la gestión centralizada de la catástrofe,
como era su obligación por Ley. Los periodistas y los voluntarios
civiles llegaron a las zonas inundadas mucho antes que el Ejército
español. Pedro Sánchez, como el psicópata que es, se lavó las manos y
dijo: “si necesitan ayuda… que la pidan”. Ya con los primeros muertos
valencianos en el barro, los diputados socialistas, comunistas e
independentistas del Congreso se negaron a suspender la sesión
parlamentaria en la que, justo en ese momento, se estaban repartiendo
Radiotelevisión Espantosa: el botín televisivo era lo más urgente para
ellos. Y una diputada de Sumar, la muy ruin, justificaba dicha negativa
con las siguientes palabras:
<<Los diputados no estamos para achicar agua en Valencia>>.
El
desastre valenciano ha venido a demostrar lo que muchos ya sabíamos:
que las Autonomías (las gestione el color político que sea) sólo
significan gasto, duplicidad, enchufismo, desigualdad, ineficiencia,
chiringuitos, pinganillos, luchas de egos heridos, puñaladas traperas
por la espalda, tarjetas sanitarias incompatibles entre sí, traductores
en las Cortes, rencillas entre administraciones, descoordinación entre
gestores, una lentitud geológica con parálisis cretácica, y cadáveres de
ahogados. Muchos cadáveres. Muchos ahogados. Muchas
plurinacionalidades. Muy poco Estado. Y esa foto de la Patria Común en
almoneda suena a gloria para independentistas y sediciosos, pero es una
mala noticia para el conjunto de los españoles.
Habría que
preguntarse si es sensato, o suicida, que una Alerta Roja simultánea en
las provincias limítrofes de Cuenca, Albacete, Valencia, Castellón,
Tarragona y Teruel tenga que ser atendida por cinco administraciones
diferentes (cuatro autonómicas y una central) en lugar de por un mando
único. Y habría que preguntarse por qué las Embajadas de Japón y de
Francia enviaron mensajes telefónicos a sus ciudadanos radicados en
Valencia para advertirles, ¡tres horas antes!, de la debacle que se
avecinaba. Tal vez se deba a que en esos países fascistas sólo existe un
Servicio Meteorológico, uno solo, y no diecisiete peleados entre sí. O
tal vez se deba a que los avisos a su población, en casos de desastre
natural o de ataque nuclear, los hace una sola persona, una sola, y no
diecisiete caudillos de Taifas que sólo quieren dejar malparado al
rival, al que piensa diferente.
Para nuestra desgracia, la
política española, desde hace al menos tres décadas, se nutre de
individuos académicamente poco preparados que, en lugar de considerar
las instituciones públicas un lugar de paso provisional hasta regresar a
sus respectivos oficios, ven en ellas unos puestos de trabajo
permanentes, bien pagados, con unas jubilaciones de escándalo, con la
posibilidad real de enchufar a sus parientes, colocar a prostitutas y
meter la mano en la caja. Por eso nadie dimite: porque no vienen a
servir, sino a servirse. Por eso se acuchillan entre ellos: para obtener
un buen puesto de salida en las listas electorales. Por eso soportan
los mayores escándalos periodísticos y judiciales sin que se les caiga
la cara de vergüenza. Por eso dicen hoy blanco, y mañana negro, sin que
se les mueva un músculo. Por eso aplauden al líder como si fuesen focas.
Por eso aguantan lo que tengan que aguantar. Por eso toleran insultos y
mierdas. Por eso colocan a inútiles en puestos clave de la
administración, pues prefieren al amiguete con carné que al funcionario
de carrera, a uno que sepa, a uno que entienda. Y por eso se quitan de
en medio en cuanto vienen mal dadas: para endosar el muerto al rival y
hacerle daño en lo que más le duele: en el número de votos en las
elecciones siguientes.
Mazón se ha ido, sí. Mazón, por fin, ha
dimitido: un verbo, por cierto, que no conjugan en el mundillo
sanchista. Pero todos los partidos están plagados de Mazones,
Mazoncillos y Mazoncetes, bribones y briboncetes, granujas y granujetes,
cabrones y cabroncetes. Demasiados. Demasiados. Y si hoy, 4 de
noviembre de 2025, un año después de la DANA, otro Diluvio Universal
cayera sobre Valencia, la historia se repetiría: los arroyos siguen
sucios, los barrancos drenan agua sin control, el dinero se malgasta en
tonterías y las distintas administraciones no se hablan.
Cagoentóloquesemenea y mitad del cuarto más.
Firmado:
Juan Manuel Jimenez Muñoz.
Médico y escritor malagueño.
valenciaconfidencial@gmail.com / "Sin el debate, sin la crítica, ninguna Administración y ningún país pueden triunfar y ninguna república puede sobrevivir" (John F. Kennedy) * Newsletter, de opinión e influencia, fundado en 2007 sin afán de lucro ni subvencionado con dinero público o privado, por Francisco Poveda, periodista profesional licenciado en la UCM desde 1976.
miércoles, 5 de noviembre de 2025
Se fué Mazón
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