domingo, 22 de julio de 2012

El tótem de la rapiña

El aeropuerto de Castellón se ha instalado en las pesadillas de los españoles como una prueba de que la corrupción es inasequible al desaliento. Mientras los mercados se hunden, la deuda española se aproxima a la insolvencia, el desempleo crece vertiginosamente y se extienden las protestas sociales, en el dichoso aeropuerto el escultor Ripollés dirigía impávido la colocación del avión de atrezo que corona la gigantesca escultura que orna la ociosa infraestructura. Ripollés, inadvertidamente, resumía la conjunción astral de desfachatez caciquil y mal gusto de los gestores que han llevado a la ruina a la Comunidad Valenciana y han obligado a que sea intervenida por el Estado. Como se trata de un aeropuerto, vino a decir, de la cabeza (¿de Carlos Fabra?) sale un avión; si de tratara de un puerto, saldría un barco. Ingenio sin par; si la escultura manchase una estación del AVE, de la cuestionable cabeza saldría un tren, y así sucesivamente.
La inercia de la corrupción desmoraliza a los ciudadanos. El aeropuerto de Castellón, símbolo del saqueo de los caudales públicos perpetrado por los patronos de la burbuja inmobiliaria en connivencia con una clase política en muchos casos corrupta, debería estar clausurado, destinadas a otros usos rentables sus instalaciones y sus promotores políticos investigados por la ley como presuntos malversadores de caudales públicos. Pero en la España prodigiosa de los caciquillos regionales el dinero de los ciudadanos es un bien mostrenco. Su despilfarro se premia con la impunidad ostentosa. No solo no se oculta el desaguisado sino que, antes bien, los responsables políticos regionales se regodean en poner guindas aladas al tótem de la rapiña.
Carlos Fabra, uno de los líderes políticos más significados de la ruina valenciana, sigue defendiendo en público su aeropuerto; y se mofa de quienes denuncian el atropello. De esa forma se encarniza en humillar a la oposición y a los ciudadanos que claman contra sus ínfulas de sátrapa. No es una actitud diferente de la que llevó a su hija Andrea, diputada del PP, a espetar “¡Que se jodan!” a la oposición cuando se anunciaba el recorte de las prestaciones por desempleo.

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