domingo, 22 de febrero de 2009

Amigos, trajes y otros líos políticos / Enrique Arias Vega

Hace tiempo que el panorama económico y político del país no andaba tan revuelto en perjuicio, sobre todo, de los pobres ciudadanos.

Como si no tuviésemos bastante con una crisis económica de proporciones devastadoras aún sin evaluar correctamente, ha comenzado una cacería más aparente que efectiva de políticos presuntamente corruptos y de tramas perversas que, más que tales, lo que sí evidencian es el oportunismo de algunos chorizos que medran a la sombra de los partidos.

Conclusión: el descrédito de la clase política en su conjunto. Ayer mismo, El Periódico de Catalunya publicaba un sondeo desolador, en el que todos los indicadores de la opinión pública son de los peores en los últimos diez años. También todos los líderes, incluido Rodríguez Zapatero, obtienen un suspenso, a excepción de Rosa Díez, quien con un 5 pelado triplicaría hoy día sus votos y escaños. Por algo será.

Pero, antes de extraer precipitadas conclusiones, recapitulemos lo que está ocurriendo.

A escala doméstica valenciana, el ataque contra el PP se inició con los contratos del conseller Serafín Castellano a un amigo con quien familiarmente comparte la propiedad de una finca. Al socaire de ese suceso se recordó por parte de la oposición el actual empleo del hijo de Font de Mora y hasta la participación de la familia de Juan Cotino en residencias para mayores.

Todo ello, probablemente, de un gran candor aunque en algún caso de notoria falta de prudencia. Los políticos no pueden vivir en urnas de cristal, aislados de la realidad, sin tener hijos, parientes ni amigos, algunos de ellos de gran competencia profesional. Pero ya se sabe que ciertos familiares han cavado la fosa pública de sus allegados, como le sucedió en su día a Alfonso Guerra con su hermano el conseguidor.

Donde la guerra mediática y de opinión ha alcanzado su paroxismo es en la insinuada imputación al presidente Francisco Camps de haberse beneficiado tres trajes.

Como ven, se trata de una modesta acusación que, además, aún estaría por sustanciarse, frente a las que en su momento padecieron los también presidentes autonómicos Demetrio Madrid, Jordi Pujol y Gabriel Cañellas, todos ellos posteriormente exonerados por los tribunales, a diferencia del socialista navarro Gabriel Urralburu, que él sí que se cayó con todo el equipo.

Y es que en la guerra partidista, la frontera entre la realidad y la fantasía, el delito y la insidia, es de un oportunismo interesado y feroz. Lo mismo sucede con la calificación de trama política a cualquier felonía.

En realidad, existen tres tipos de corrupciones: las que realizan delincuentes de cuello blanco que se benefician de su proximidad al poder, las que comparten con ellos aquellos políticos que reciben mordidas de los primeros y las auténticas tramas que propician la financiación ilegal de los partidos.

Aquí nadie está hablando de lo último. Eso sucedió en el PP en tiempos de Rosendo Naseiro, con el PSOE cuando Filesa y las comisiones del AVE, en el caso Pallerols de Unió Democrática, en la denuncia jamás investigada de Pasqual Maragall a Artur Mas de cobrar comisiones del 3 por ciento, etcétera, etcétera. Entre esas prácticas, hasta se podría considerar la condonación por La Caixa de 6,7 millones de euros al partido de José Montilla.

Ahora sólo se habla de latrocinios individualizados que deberán averiguarse hasta el último céntimo. Pero eso no impide la sospecha de que la magnificación mediática de los hechos acaecidos, su deliberada filtración gota a gota, el desconocimiento completo del sumario y otros pormenores de su utilización política vayan mucho más allá de la simple búsqueda de justicia.

Bastantes ciudadanos tienen la impresión de que, ante la inevitable catástrofe económica que se le viene encima, el Gobierno pretende acabar preventivamente con la oposición e impedir así que pueda tomar el relevo. Lo malo de ello, insisto, es que resulta afectado todo el sistema democrático en su conjunto.

En España no estamos, por supuesto, al nivel de países corruptos como Chad, Bangla Desh o Turkmenistán. Ni siquiera tenemos impresentables ministros beodos como el japonés Nakagawa. Pero entre todos estamos desprestigiando a la clase política y hasta al mismo sistema representativo.

Aún es muy pronto para que cunda el pánico, aunque es mejor poner el parche antes que la herida e impedir así que surjan movimientos populistas, como aquél de Pierre Poujade que en los años 50 se llevó por delante la IV República francesa.

Aquí, de momento, la semana pasada la Plataforma de las Clases Medias, que inspira el periodista Enrique de Diego, sacó a la calle en Madrid a unos miles de personas. Poco es, de momento, pero sí que supone un inquietante comienzo.

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