martes, 5 de abril de 2022

Cáncer posvacuna, el «efecto adverso» que los medios… ya no pueden ocultar



BUENOS AIRES.- Cecilia Floriddia perdió a su papá al mes de inocularse la tercera dosis. El tumor, en quince días, se ramificó en pulmones, riñones y páncreas. "Como todo el mundo, se vacunó por miedo, el que genera la televisión", aseguró. 

«Acá está la causa de la muerte de mi papá», posteó en Facebook Cecilia Floriddia, «abran los ojos y empiecen a rezar». Seguidamente subscribió un enlace que conducía a la entrevista que DAVIDREY.com.ar realizó tiempo atrás a la doctora Gabriela Zambrano, médica internista de Buenos Aires. En la nota, la médica se mostró espantada por la cantidad de casos de cáncer terminal que notaba a partir de que comenzó la campaña de «vacunación» contra el SARS-COV-2. Y no exageraba.

«Los pacientes llegan incendiados«, dijo, entonces. Esto es: con el cáncer ya ramificado en todas partes, sin posibilidad de determinar el origen del mismo, sin haberse anunciado con síntoma alguno y matando a una velocidad sin precedentes. 

«Llegan cuando ya no se puede hacer nada para salvarlos». Eso sí, una sola cosa en común entre las víctimas, quizá un descuido dentro de un plan siniestro: todos estaban inoculados con dos o tres dosis. Mientras, los medios insisten con que «son más los beneficios que los daños» y la mayoría de los médicos, escondidos tras las bacterias de sus mascarillas, guarda silencio ante la acción descomunal de esta verdadera inyección letal. 

«Vi el video de la doctora y me sentí muy identificada con lo que le pasó a mi papá», confió Cecilia a DAVIDREY.com.ar, y nos contó que su padre, Miguel -rosarino, 75 años y con un inmejorable estado de salud- se «puso la tercera» en noviembre. En menos de un mes, ya no podía comer puesto que vomitaba al instante lo que ingería. Y así estuvo más de diez días, algo que naturalmente derivó en un cuadro de deshidración. 

Los médicos, entonces, lo atribuyeron a un problema gástrico… pero, cuando quisieron indagar al respecto, resulta que dieron con una «obstrucción» que impedía circular al endoscopio «entre el estómago y el colon». Tenía puestas dos Sinopharm y -la última- una Astrazéneca, combo completo.

«Como mi papá estaba deshidratado y le empezaron a fallar los riñones, tuvieron que esperar unos días para hacerle una tomografía con contraste», precisó Cecilia. 

«Llega el miércoles 12 (enero, 2022), le hacen la tomografía. Se acuesta a dormir. A las dos horas se levanta exaltado, pide ir al baño… Como tardaba, mi mamá lo llama. Entra, y mi papá ya estaba muerto. Murió el mismo día que le hicieron el estudio». Hasta entonces, nadie había mencionado la posibilidad del cáncer. Recién a la semana la familia fue requerida por la clínica para explicarles que el cáncer había sido la causa de la muerte de Miguel, y que el mismo «tenía tomados» pulmones, riñones, páncreas y otros órganos, y que no conocían el origen del mismo. 

«Lo raro es que él no presentó ningún síntoma», precisó Cecilia, «avanzó tan rápido que no dio tiempo a exteriorizar el deterioro». La historia, un calco de lo que Zambrano había ilustrado a DAVIDREY.com.ar.

Por supuesto que ninguno de los médicos que «auxilió» a la familia de Cecilia tuvo la ocurrencia de relacionar el cáncer que lo consumió a Miguel en quince días… con la inoculación experimental que había recibido apenas un mes atrás, más allá del TSUNAMI de cáncer que muchos médicos vienen anunciando hace tiempo y que DAVIDREY.com.ar constató en su momento. 

Cecilia Floriddia, que tiene dos dosis puestas pero que hoy está más despierta que nunca, no duda demasiado al momento de responder por qué se inoculó Miguel, su papá: «Por miedo, como se vacunan todos», dijo, «el miedo que te generan en la televisión. Te instan a participar de un experimento a través del miedo». Y sí: miedo, miedo y miedo.

Respecto de ella, que siempre observó con suspicacia la cuestión de las inoculaciones, explicó: «Donde yo trabajo iban a pedir el ‘pase sanitario’ para los clientes. Yo soy profesora de Educación Física y no podía estar no vacunada y pedir el ‘pase’ a los demás». 

Si bien afirmó que, no obstante, ahora no se iría a colocar «la tercera, la peor», se sinceró: 

«Antes tenía miedo. Ahora tengo más miedo… No tanto por mí, sino que uno piensa más en los otros. A mi hija por supuesto que no la voy a vacunar. Ya pude convencer al padre». Ella y su mamá (con tres dosis, y que también casi se muere a la tercera), van a realizarse estudios clínicos en lo inmediato a fin de descartar contigencias o, bien, adelantárseles lo antes posible.

Es que hoy Cecilia tiene la convicción imperturbable respecto de hacer lo propio para detener esta locura. Y la valentía suficiente como para ofrecer su desesperado testimonio, ya sea como un salvavidas o un mensaje dentro de una botella arrojada al mar.

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