domingo, 11 de enero de 2009

Lecciones marginales de esta crisis (I) / Jordi Sevilla

No hay dos crisis económicas iguales, pero todas cursan con los mismos síntomas principales: paro y recesión. Cada episodio se desarrolla y estalla en un contexto distinto aunque pueden encontrarse pautas comunes vinculadas a características humanas básicas (codicia, incredulidad, engaño, etcétera). Sin embargo, resulta útil aprender de las experiencias, no tanto para evitar que se repitan ya que nunca lo hacen de la misma manera, sino para ayudarnos en los períodos de bonanza introduciendo mejoras en el comportamiento colectivo derivadas de una mejor comprensión del mismo.

Más allá de todo lo dicho hasta la fecha, algunas lecciones marginales podemos extraer de la crisis que estamos viviendo desde que en agosto de 2007 estalló el caso de las hipotecas basura.

Primera lección: las crisis existen. No hace tanto tiempo que sesudos analistas vaticinaban el final de los ciclos económicos y, por tanto, de las crisis recurrentes. Basándose en la globalización, las nuevas tecnologías y el adecuado manejo de los instrumentos de política económica, dibujaban un panorama idílico de crecimiento mundial continuo salpicado, como mucho, de pequeños sobresaltos acotados en el espacio y en el tiempo.

Sea o no una depresión equiparable a la de comienzos del siglo pasado, lo que sufrimos ahora es una crisis con efectos generalizables, duraderos y profundos. De esas que, cuando pase, marcará un antes y un después. Y que se ha presentado a cámara lenta pero con un alarde de medios tal que la convierte en la primera crisis global, de la que todavía no conocemos todos sus recorridos.Para entenderla, debemos recuperar los análisis sistémicos que permitan determinar qué tiene nuestra economía capitalista que parece no saber avanzar si no es con pronunciados ciclos. Volver a la economía política que estudia no tanto las relaciones de producción y distribución entre agentes económicos aislados, sino entre grupos sociales y geográficos, cuya lógica de actuación es distinta, ya que la acción colectiva no es una simple agregación de decisiones individuales.

El modelo económico de los países avanzados de la OCDE es el mejor que el ser humano haya sido capaz de construir, hasta la fecha. Pero la propiedad privada, la competencia y el mercado aúnan una gran capacidad de creación de riqueza y de aprovechamiento de las iniciativas y de la creatividad humana con una no menor capacidad autodestructiva en forma de mantenimiento de amplias regiones geográficas marginadas y de una tendencia intrínseca a provocar altibajos periódicos. Esta crisis es la otra cara de la moneda del crecimiento económico vivido en los últimos años y no es fruto del error, de la casualidad o de la avaricia individual, sino una consecuencia social de un determinado esquema de incentivos económicos privados. Algo intrínseco a la misma lógica de funcionamiento del actual sistema capitalista, que ha ido arrinconando el espacio de lo público a favor de manos libres precisamente para los sectores más inestables de nuestra economía.

Esta crisis, además, no se ha producido por una ausencia de demanda agregada o por un problema de oferta. El desencadenante ha sido el brusco pinchazo de una burbuja especulativa articulada desde los mercados financieros, convertidos en pieza clave del engranaje.Aunque algunas empresas tenían problemas de competitividad y necesitaban un ajuste en sus estrategias de negocio en un mundo global, lo que las hace entrar en dificultades no es eso, sino un cierre inesperado y brusco en el acceso al crédito, que afecta incluso a quienes no tenían problemas. La misma generosidad financiera que ha hinchado el globo especulativo, pero también el crecimiento, se vuelve en contra en forma de tacañería y de crisis, como en una patología bipolar.

Segunda lección: hemos reaccionado tarde y bien. Esta crisis ha pillado desprevenido a todo el mundo. Lo cual dice poco en nuestro favor, ya que las señales anunciadoras de los problemas estaban presentes desde hace tiempo, aunque una especie de autosatisfacción colectiva en torno a un optimismo ingenuo nos impidió reconocerlas y hacer algo para evitarlas. Todavía más, algunas de las actuaciones de política económica adoptadas en plena burbuja iban destinadas a mantenerla más que a intentar deshincharla, si es que eso era posible. En el caso de España, puede verse lo que digo analizando los cuatro jinetes de nuestro Apocalipsis: excesivo nivel de endeudamiento privado, peso determinante de la construcción de viviendas en nuestro crecimiento, excesiva temporalidad en el mercado laboral e insuficiente estímulo institucional a un sistema productivo de ciencia y tecnología. Aunque desde hace años se venía señalando estos pies de barro de nuestro crecimiento económico, cuando las cosas van bien, resulta muy difícil cambiarlas, perjudicando a algunos con el argumento de anticipar un mejor futuro para todos.

Asumida la gravedad de la situación, no obstante, la respuesta de los Gobiernos ha sido acertada, aunque no se llegó a ella de manera lineal. Cuando aún se infravaloraba la gravedad de lo que pasaba, se intentaron otras soluciones como dejar que el mercado se autocorrigiera (quiebras de Lehman y de Martinsa), o, en Europa, se seguían subiendo tipos de interés por considerar mas probable la inflación que la recesión. La evidencia de un colapso bancario inminente hizo cambiar la estrategia, para atacar con todo lo disponible no tanto porque fuera lo que había que hacer, sino porque ya que no se sabía qué hacer, se decidió utilizarlo todo, esperando que algo funcionaría: políticas monetarias y presupuestarias expansivas, nacionalizaciones, planes masivos de rescate, etc. Nadie podrá decir que el apego a una ortodoxia haya frenado ninguna decisión. Más bien lo contrario, la posmodernidad liquida llevada a la política económica ha hecho de la heterodoxia gubernamental el principal elemento para la salvación privada.Aunque de unos, las entidades financieras, todavía más que de los otros. En esos momentos todavía es pronto para saber si lo hecho será suficiente, pero hay que reconocer que queda poco en el tintero por hacer, aunque importante. Salvo que las cosas vayan mucho peor de lo previsto hoy, claro.

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